Ya no habrá más cigarros
Desde Jean Paul Sartre hasta Susan Sontag, el fallecido líder cubano Fidel Castro buscó -y recibió- el apoyo de "tontos útiles" en Occidente.
Poco después de tomarse el poder en 1959, el dictador cubano Fidel Castro ocupó la vieja estrategia de Vladimir Lenin de conseguir el apoyo de intelectuales "progresistas" en Europa y Estados Unidos. Lenin los llamaba "tontos útiles". Los escritores franceses Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir se convirtieron en los primeros tantos que anotó Castro.
La pareja representaba la clase intelectual en su pureza y perfección: ellos llevaban una vida burguesa en París, posaban como revolucionarios y tenían un registro lamentable en cuanto a predecir el futuro. Durante la II Guerra Mundial, nunca reprobaron públicamente a los nazis y continuaron publicando imperturbables en Francia. Después de la guerra, apoyaron a Stalin, luego a los comunistas de Vietnam del Norte, después a Mao Zedong de China. En 1960, aceptaron la invitación de Castro a La Habana, donde fueron recibidos como si fueran de la realeza. Respondieron con una publicación de las celebraciones de la Revolución Cubana. Al parecer nunca comprendieron que el régimen de Castro era una típica dictadura caudillista latinoamericana, envuelta en un lenguaje marxista para asegurar la protección soviética.
No hay ninguna duda de que Sartre fue útil para Castro, ¿pero era realmente un tonto? ¿Es posible que el gran escritor no viera ni entendiera nada en sus viajes a La Habana, Moscú y Beijing? Es muy probable que viera y entendiera todo, pero consideraba conveniente asegurar que no. En la década de 1950, informado completamente de la existencia del gulag soviético y presionado por los disidentes rusos para que denunciara los campos de prisioneros, Sartre mantuvo serenamente la boca cerrada, con el fin "de no empujar a Billancourt hacia la desesperanza", como él dijo. Billancourt era en esa época el suburbio parisino considerado una "fortaleza de la clase trabajadora", donde 30 mil obreros fabricaban automóviles Renault. ¿Sartre realmente creía en una revolución universal del proletariado llevada a cabo por Stalin, Castro y Mao? Esta creencia declarada en una liberación colectiva no tiene coherencia con la filosofía profundamente individualista de sus escritos.
Yo conocí a Sartre un poco personalmente en la década de 1970. Yo también hice el peregrinaje a La Habana, a Moscú y a Beijing (aunque yo fui con el fin de denunciar a los dictadores). Siempre me pareció que Sartre se colocaba por sobre la revolución; y por sobre la humanidad en general. Era maquiavélico: creía en una moral para las élites y en otra para el pueblo. Castro entendía que la vanidad movía a Sartre. El dictador colmó al intelectual de honores y le concedió horas de audiencia personal. Sartre era rico; no necesitaba que lo compraran, pero su corrupción moral era ilimitada.
Además del caso de Sartre, el que, sin duda, proporciona un arquetipo de idiotez intelectual, una mayoría de aquellos que han rendido culto a los dictadores ha obtenido la recompensa que buscaba: el reconocimiento que no podían encontrar en sus propios países. Después de Sartre vino una serie de intelectuales del Este y del Oeste. Susan Sontag lideró el camino por Estados Unidos. Los intelectuales de izquierda siempre han codiciado el poder. Por esta razón, detestan el materialismo, el capitalismo y a Estados Unidos. La democracia no otorga poder a los filósofos.
En Cuba , Castro hizo que los tontos creyeran que su revolución ponía a la cultura, la educación y la salud por sobre los valores materiales; exactamente lo que Sartre y compañía querían escuchar. Hasta hace poco, a los que visitaban La Habana les mostraban un hospital, una escuela y una librería. Yo mismo tuve el privilegio de visitar estas aldeas Potemkin. El hospital era un elaborado espectáculo reservado para los líderes del país. La librería estaba dedicada a las obras de Castro. La escuela no hacía nada para mejorar los niveles educacionales de los cubanos, los que, antes de la revolución, eran los más altos de Latinoamérica.
A Sartre no podía haberle interesado menos esta realidad. Creía lo que veía y escuchaba, o quería creer lo que veía y escuchaba, lo cual se reduce a la misma cosa. El intelectual francés no era un humanista. La condición de humanidad aquí y ahora no le interesaba en absoluto. Lo que le agradaba -y todavía le agrada a otros Sartre- es la estética de la revolución. Para los intelectuales, las revoluciones son corridas de toros a una escala nacional. Naturalmente, las revoluciones deberían ser exóticas, coloridas e incluso cruentas. Sartre adoraba los desfiles masivos de los cubanos con banderas, canciones y discursos, del mismo modo en que algunos intelectuales franceses de la década de 1930 estaban fascinados con las manifestaciones "viriles" del nazismo y, en la década de 1960, con la Revolución Cultural China con su sangre y ceremonia.
Se debería recordar que Castro reclutó a tontos de derecha como también de izquierda. Al aprovechar el nacionalismo y el sentimiento antiestadounidense de los europeos, convenció a más de uno de que hiciera el peregrinaje a La Habana. A todos se les ofrecían cigarros y a veces un poco más. Y cada año, para Navidad, los tontos de todo el mundo recibían una caja de cigarros acompañada de una nota del dictador. Ya no habrá más cigarros. De ahí la tristeza que la muerte de Fidel Castro ha producido entre los tontos en todos lados.
Guy Sorman es economista y filósofo francés, y autor de una decena de libros.
Los intelectuales de izquierda siempre han codiciado el poder. Por esta razón detestan el materialismo, el capitalismo y a Estados Unidos. La democracia no otorga poder a los filósofos.
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