Según las encuestas del CEP, el Chile real,
el de las mayorías, es muy distinto del que perciben sus élites, sean estas
políticas, empresariales, sindicales, estudiantiles o periodísticas. Las élites
nos hacen creer que vivimos en un país polarizado y crispado. Pero la verdad es
que son solo ellas las que padecen de esa excitada condición. Los chilenos de a
pie son en gran parte apolíticos y moderados. Lejos de estar en una acendrada
lucha ideológica, privilegian su vida privada, su trabajo, sus amistades y sus
diversiones.
En agosto del 2012, el CEP descubrió que la mitad de sus
encuestados "nunca"-repito, "nunca"- leía noticias sobre
política, y muchos más no conversaban "nunca" sobre política con sus
amigos o familia, siendo que los que sí incurrían "frecuentemente" en
esas prácticas apenas superaban el 10%. Un aplastante 81% no seguía
"nunca" temas políticos en medios sociales como Facebook o Twitter, y
un porcentaje similar no trataba "nunca" de influir políticamente en
alguien. Quizás estos resultados cambien algo en un año electoral, pero son
impactantes, dada la imagen que existe de que vivimos en pie de guerra,
pendientes de la próxima convocatoria a movilizarnos. Por otro lado, en este
país de individuos y de gente de familia, una gran mayoría de los encuestados
simplemente no se deja convencer por las categorías políticas ofrecidas por las
élites. Si se les pregunta si son de la Concertación o de la Alianza, o de
izquierda, derecha o centro, gana de lejos un olímpico "Ninguno". Ni
siquiera el "centro" atrae, si bien las respuestas a otras preguntas
indican que, en la práctica, la mayor parte de los encuestados se ubica en ese
espacio.
Un país así tendría que ser muy estable, pero en Chile las
élites nos están llevando a posiciones tan extremas, que hay dudas respecto de
nuestra futura gobernabilidad. Algunos culpan a la combinación de primarias y
voto voluntario. Según los expertos, conduce a que voten solo los militantes
más duros de las coaliciones políticas, lo que hace que los candidatos se
vuelvan ellos mismos muy duros. Pero la polarización de las élites parece haber
comenzado mucho antes, y no es la primera vez que se da. ¿O creemos que una
mayoría de chilenos quería, hacia 1970, llegar a los feroces enfrentamientos
que hubo?
Entre las élites sí hay, desde luego, mucha gente moderada,
incluso gente de espíritu transversal, pero esta apenas se atreve a
manifestarse, porque en el ambiente actual hay que andar con la camiseta
puesta. Por otro lado se ha instalado en el país un mito, según el cual ya no
son posibles los acuerdos transversales, porque "Chile cambió", y
estos acuerdos ya no son tolerados por una "calle" o una
"ciudadanía" que los considera inmorales. Este mito ha sido impuesto
en parte por las élites estudiantiles que, con envidiable desparpajo, pretenden
representar a esa ciudadanía, pero ha invadido a las élites en general, porque
estas temen contrariar a quienes las intimidan con su juventud.
Que los estudiantes ataquen acuerdos de antaño es
entendible, porque no participaron en ellos, teniendo mucho que aportar, y no
hay duda de que los acuerdos futuros tienen que ser muy inclusivos. Pero eso no
significa que no se den, ni que sea más moral librarse a una guerra de todos
contra todos. Los países que avanzan son los que generan consensos, como el
México de hoy, donde se firmó hace poco un envidiable "Pacto por
México" para enfrentar los problemas estructurales del país. No tenemos
alternativa a un acuerdo similar en Chile. Por eso es tan vital cuidar -y
confío en que podremos- las instituciones autónomas y transversales que
tengamos. En el ámbito público, una como el Banco Central, y en el privado, una
como el CEP.