domingo, junio 30, 2019

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Columna de Ascanio Cavallo 20190630


Uno de los momentos estelares de la historia contemporánea ocurrió el viernes 26 de octubre de 1962, cuando Fidel Castro urgió, con vehemencia, al primer ministro soviético Nikita Kruschev a proseguir con la instalación de misiles atómicos en Cuba, a pesar de que Estados Unidos había descubierto la operación y el Presidente John F. Kennedy daba un ultimátum que significaba el inicio de una guerra nuclear de escala mundial. Fue el momento en que el planeta estuvo más cerca de un holocausto atómico, que no habría dejado piedra sobre piedra. Fidel Castro estaba entusiasmado con desatarlo.
Kruschev se allanó a retirar los misiles bajo condiciones que Kennedy aceptó y la crisis cesó dos días más tarde. Castro volvió a protestar por la debilidad del Kremlin, a pesar de que el primer lugar devastado habría sido, obviamente, Cuba. Meses más tarde, el “Che” Guevara seguiría elogiando la conducta de “un pueblo que está dispuesto a inmolarse atómicamente para que sus cenizas sirvan de cimiento a sociedades nuevas”.
Nadie consultó al pueblo sacrificial en aquellas horas dramáticas y es imposible saber qué “sociedades nuevas” imaginaba el “Che” que podrían surgir de las cenizas atómicas. Hoy resulta llamativo el hecho de que los más connotados intelectuales de los 60 no hayan puesto atención en la forma de fanatismo que este llamamiento a la masacre recíproca implicaba. Por el contrario, en el mundo de la izquierda el prestigio de Castro y el “Che” no hicieron más que aumentar durante esa década y muchos años posteriores. En 1983, cuando estalló la segunda crisis nuclear más grave de la historia, los movimientos pacifistas salieron a las calles de todo el mundo para frenar la locura. Nadie elogió a Reagan ni a Brezhnev por haber llegado tan hasta el borde.
El holocausto mesiánico no lo inventó, en todo caso, el comunismo castrista, sino el cristianismo. Cualquiera notará que hay un matiz de diferencia entre la inmolación personal en nombre de la humanidad y la inmolación colectiva de la humanidad en nombre de un proyecto que nadie verá. El caso es que solo en la olla incandescente de América Latina pudieron juntarse ambas pasiones con tan gozosa contigüidad. Esta olla parece haber tenido siempre una gran reserva para esperar a que sus hervores se acumulen antes de que algo los destape. Fue así con Cuba y Nicaragua, y más tarde con Hugo Chávez.
Para la “crisis de los misiles”, Castro acababa de cumplir 36 años y el “Che”, 34, ambos habían ganado una guerra casi imposible y seguramente estaban en la edad en que se suben los peldaños de a dos. Marta Harnecker tenía solo 25 y poco tiempo antes había dejado su militancia en la Acción Católica chilena, precisamente deslumbrada con el fervor sacrificial de la Revolución Cubana. Ese mismo año iniciaba otro camino, con una beca que la llevaba a estudiar bajo la tutela del filósofo francés Louis Althusser, la promesa renovadora del “socialismo científico”, que además, eureka, había sido militante de la Acción Católica francesa, solo que 30 años antes.
En la revuelta Francia de los 60, Althusser se permitía ciertas extravagancias, como relevar la importancia “filosófica” de Stalin y, más tarde, de Mao; y como estaba de moda que las ciencias sociales copiaran a las naturales, sostenía que el marxismo seguía a la física y a la biología, era la naturaleza en marcha. La URSS parecía eterna.
Ya casi nadie lo recuerda más que con cierta piedad, porque más tarde Althusser asesinó a su esposa y terminó asilado en un convento. Lo más importante es que en sus tardías memorias admitió que sabía muy poco de filosofía y que de Marx había leído “casi nada”. Por eso el perceptivo Raymond Aron dijo una vez que el suyo era un “marxismo imaginario” y Leszek Kolakowski ironizó que, como el marxismo no existía en la época de Marx, tuvo que ser creado por Althusser. Pero de la inspiración althusseriana nace, sin duda, Conceptos elementales del materialismo histórico, el librito de velador de la izquierda chilena de los 70.
Quizá se puede decir ahora que fue solo un libro entre los 82 que escribió Marta Harnecker, una hiperproducción que no tendrá parangón en la comarca. Pero los Conceptos han tenido más de 70 reediciones y quizás sigan cumpliendo los fines propedéuticos que se advierten en su estructura: resúmenes, cuestionarios, referencias. La bibliografía fundamental está integrada por Marx, los 51 tomos de Lenin y dos libros de Althusser.
Después del golpe de Estado en Chile, Harnecker se radicó en Cuba, donde fue una favorita de la dinastía Castro. Hasta se casó con el jefe de la Inteligencia cubana, Manuel Piñeiro, una posición conyugal de dudosa gloria intelectual o, más precisamente, de muy escaso aprecio por la libertad. No hubo partido revolucionario de América, por ínfimo que fuese, al que Marta Harnecker no alentara con su generosa idea del radicalismo.
Cayó la Unión Soviética, cayó el bloque oriental, Deng transformó a China en un capitalismo iliberal, Cuba se convirtió en una montaña rusa de persecuciones contra los propios amigos, en fin, pasó todo lo que podía pasar, pero ella siguió fiel al proyecto que la conquistó a los 20 y pico años. Mejor aún, le buscó una extensión en las revoluciones antiintelectuales (“anticientíficas”, habría dicho Althusser) de Hugo Chávez, Daniel Ortega, Manuel Zelaya, Evo Morales y así por delante.
“Solo se puede razonar en círculo / Solo se ve lo que se quiere ver”, escribió una vez Nicanor Parra, en una de su Cartas más amargas, en la época en que también advertía sobre cómo debía ser su velorio. Marta Harnecker nunca dejó de ver en la revolución socialista el futuro de la humanidad; sus fracasos eran solo la confirmación de que habría que ser más radical, más intransigente, menos flexible. Son contados los intelectuales que soportaron como ella la avalancha de evidencia del fin de siglo. Ahora que ha muerto, hay que suponer que comprendía a su manera la responsabilidad del intelectual, que no sería solo imaginar la inmolación de un pueblo… Quizás demostraba que, al margen de Althusser, es posible llegar hasta la tumba sin cambiar un ápice.

miércoles, junio 19, 2019

“Los viejos decálogos han muerto”

Óscar Guillermo Garretón y la crisis del Partido Socialista.


Pensando en el PS, recordé a Albert Camus, ese libertario al que
admiro cada vez más como persona y escritor: “Nací… en la izquierda,
donde moriré, pero cuya decadencia me resulta difícil no ver”. Su
pasión y desazón me calaron hondo. Admiro su obra, pero más aún su
consecuencia de libertario, para rebelarse contra la sumisión a Stalin
en la que cayó toda la izquierda e intelectuales de su tiempo, como
Sartre o Simone de Bouvoir; hasta el punto de justificar sus crímenes
y atentados contra la libertad del ser humano.
Me motiva también no diluir responsabilidades en un colectivo donde
nadie y todos son culpables. El silencio cómplice también nos hace
responsables. Quisiera que el PS contenga futuro. Si no lo logra,
languidecerá.
Para la derecha, su degradación y envilecimiento proviene de la
mutación de libertaria en opresiva y para la economía de mercado, la
desviación monopólica, desigualadora. Pero también existe una
degradación de la izquierda producto de sus visiones y prácticas
desde el siglo XX en adelante y de su manifiesta incapacidad para
pensar y asumir el cambio de dimensiones planetarias, políticas,
económicas, científico-técnicas y culturales de este siglo XXI.
El capitalismo y la globalización no le ha abierto paso a la izquierda.
Peor aún, a veces se lo han abierto a la ultraderecha. Llevamos una
theworldnews.net
cadena secular de derrotas desde el siglo pasado: la caída de la URSS
y del movimiento comunista que marcó la izquierda del siglo XX,
dejando una secuela de renuncios, miserias, hambrunas,
envilecimiento de los sueños y crímenes monstruosos. Lo que fue en
Cuba una revolución innovadora, repta en medio de la miseria y del
inmovilismo senil. Corea del Norte engendró una monarquía
hereditaria represiva, belicista y hambreadora. Venezuela y su
“socialismo del siglo XXI” viven una crisis política, moral y económica
de alcances nunca vistos. Cristina Kirchner llevó su país a la ruina y al
pináculo de la corrupción con las banderas de la izquierda peronista.
Djilma y Lula aparecen hoy como símbolos del contubernio de la
izquierda con el gran capital brasileño para corromper América
Latina. En Nicaragua un comandante sandinista funge como variante
de dictadura bananera. En tanto, Marine Le Pen en Francia, el Brexit
en Inglaterra y Trump en EEUU nos dicen que es la ultraderecha una
gran intérprete de los desamparos provocados por la actual coyuntura
del capitalismo global.
Tengo la convicción que estos fracasos de la izquierda, provienen
principalmente de su incapacidad para corregir presuntas certezas
originarias que no pasaron la prueba de la realidad; y en especial, de
su mutación de socialista en estatista y de libertaria en autoritaria,
bajo la batuta de Marx, Engels y Lenin. La consecuencia fue el paso
del idealismo redentor de trabajadores y excluidos, a la
burocratización como motivo y motor dominante en su vida. Esa
evolución transforma a la izquierda en un cuerpo extraño y ajeno al
siglo XXI.
También tuvimos nuestra propia derrota en la UP. Fue una derrota
política de magnitud monumental, solo su desenlace fue militar. De
ella salimos mejor librados por dos razones. La muerte épica de
Allende conmocionó al mundo, minimizó nuestros errores y nos dio
espacio para recapacitar sin la obligación de defendernos por lo
obrado. Después, por la visión y coraje renovador de los socialistas
para desentrañar las causas de la derrota y construir cambios
profundos en su concepción de la política.
Quizás el más grave error político de la renovación socialista fue no
sincerar que lo que hacíamos, era por convicción. Nunca
transparentamos que lo central de ella fue una crítica radical de lo
que hicimos en la UP; diseccionar sus errores para cambiar las
respuestas. Luego cometimos otra falta. Preferimos no contradecir la
cultura dominante en las filas socialistas y argüimos, con ademán
justificativo: “Qué quieren. Los amarres de la dictadura no nos dejan
hacer más”. Así entonces no sembramos renovación, sino
conservación de lo mismo que nos llevó a nosotros a la derrota de
1973, y al grueso de las izquierdas del mundo en el siglo XX y
comienzos del XXI.
La crisis actual de toda la política chilena ante su ciudadanía oculta
una realidad. La izquierda tiene una responsabilidad mayor que la
derecha. La crisis de la política es ante todo de la fe en que la
izquierda estaba con ellos, que era “pura y sincera” y que sabía hacer
las cosas.
No solo en Chile. Es el cambio de mundo, la mayor transparencia
sobre la verdad de la vida política cotidiana, la burocratización y
corrupción de las vidas partidarias, los niveles sorprendentes de
ineficiencia alcanzado por el Estado en esta sociedad moderna que lo
desborda. Es el nuevo planeta y sus sociedades de diversidad
creciente, conectividad global, democratización y sofisticación del
conocimiento; con su escepticismo en los otros y las sensaciones de
desamparo provocadas por una redistribución planetaria del poder
económico, así como de riquezas y pobrezas; con desafíos nuevos
como el calentamiento global, la protección de los océanos, las redes
interconectadas globalmente o la inteligencia artificial, ausentes en
los manuales clásicos del socialismo; con el hecho que pobres y
acosados por la violencia han roto los cercos nacionales y migran: no
tienen patria, o es la suya aquel lugar en el que sueñan vivir para
dejar atrás miserias, incertidumbres y violencias.
Mi esperanza es que más de una vez el socialismo chileno ha sido
fuerza innovadora en la izquierda mundial. Lo fue al nacer, lo fue en
la ruptura con los crímenes de Stalin y en el apoyo a Tito, también con
Allende en tiempos que la guerrilla estaba en el altar mayor. Lo fue
con la renovación socialista.
La tarea es inmensa y no se si terminará bien. Dicho en pocas
palabras, creo que debemos matar el orden establecido socialista,
para construirle un futuro al socialismo.
El viejo fuego del mirar
En el siglo XIX algunos se proclamaron socialistas, legándonos una
denominación identificadora que por trillada hoy nadie entra a
pensar. Debieron quebrarse la cabeza pensando como bautizar ese
sentimiento y proyecto balbuceante.
Concordaron en que la palabra que mejor los interpretaba era …
socialista.
Si así se denominaron es porque valoraban por sobretodo su sociedad,
la predominancia de lo social sobre toda otra consideración. Una
sociedad injusta a revolucionar. Una sociedad motor del cambio. Una
sociedad nueva. Una sociedad sujeto de sí misma, regida por un
contrato social. Una sociedad que sea algo más que una suma de
individuos en un territorio.
De esos orígenes son figuras precursoras como Rousseau y su
“contrato social”, también Saint Simon, Owen, Fourier, Proudhon,
Blanc, Leroux, hoy tan olvidados como sus ideas, diversas y hasta
contradictorias entre sí, locas o perversas algunas, visionarias otras.
El socialismo nació como un jardín de mil flores, búsqueda a tientas,
necesariamente libertaria para tener la fuerza creativa de
cuestionarse y discrepar. Pero llegó Engels, los descalificó a todos
motejándolos de “socialistas utópicos” y dictaminando que el único
“socialismo científico” era… el suyo y el de Marx.
Tras Marx, Engels y Lenin, vinieron sus discípulos. Deformaron el
pensamiento socialista y son responsables de sus más estruendosos
fracasos y crímenes en el siglo XX. En ellos, “la sociedad” que motivó
la definición de socialistas, no fue más que una referencia en último
término. Peor aun, la transformaron en mero paso intermedio hacia
otra sociedad que denominaron “comunista” y proclamaron más
perfecta que la socialista. La clave, el objetivo, el camino, dejó de ser
la sociedad. Fue el Estado. Lo dijo Marx, pero sobre todo lo plasmó
Lenin como artículo de fe en “El Estado y la Revolución”. No era la
sociedad la clave de la revolución, era el Estado. El ser de izquierda se
hizo inseparable de un sello estatista.
¿Ha pensado que si esa era la clave, habría sido consecuente
denominarse partido estatista?
Resulta obvio, indiscutible para mí, que en este siglo XXI, socialismo y
estatismo han dejado de ser sinónimos. Irrumpió en el escenario la
gran subsumida, la olvidada: la sociedad. El mundo cambió. Las
sociedades, en lo bueno y malo que contienen, ganan poder ante el
Estado. La economía global, las redes sociales vía internet y un pueblo
más culto y próspero, orgulloso de logros que asocia más con su
esfuerzo que con el Estado, han redefinido a la baja la autoridad de
aquél. El mundo de hoy es más desestatizado que nunca. Una toma de
gubernamentales palacios de invierno tiene bastante menos
importancia que un siglo atrás. Imponer socialismo desde el Estado a
la sociedad pudo ser viable en 1917, pero ya no lo es. A lo más, puede
dañarla.
No merecería llamarse socialista quien no hace de su pueblo y de su
sociedad, su hogar natural, objetivo central de sus desvelos y afanes.
Si su obsesión está en el Estado, en lo que este puede hacer, en las
posiciones burocráticas que abre a quienes acceden a él, en
fortalecerlo agenciándole más recursos, en definitiva en aumentar su
poder de gestión y control de la sociedad, entonces debería llamarse
estatista. En su derecho está. Pero no es socialista. Estado y sociedad
son amores diferentes y no pocas veces, incompatibles.
Y más allá de las referencias al pasado socialista, aunque todo hubiera
sido antes identidad entre socialismo y estatismo, este legado
leninista ya no sirve. Una sociedad de dictadores y partidos únicos,
sin políticos electos, así como sin economías de mercado, engendra
monstruos y miserias que, más temprano que tarde, las sociedades
aventan. La burocratización de la izquierda, su vínculo siamés con el
Estado, es una de las amenazas más serias a su raíz social, socialista
y, por ende, a su vigencia.
El mesianismo profético del marxismo leninismo y su pretensión de
ser “socialismo científico” no fueron capaces de profetizar nada de lo
que ha ocurrido en la historia del siglo XX y de los inicios del XXI. El
siglo XXI con sus cambios y el siglo XX con sus balances, obligan al
socialismo del mundo entero a repensarse.
La llave para enfrentar y abrir el futuro, es esa verdad fundacional
olvidada. En la vida de las sociedades no hay dos protagonistas en
pugna o colaboración: mercado y Estado. Hay tres. Lo intuyeron
algunos de esos padres fundadores que buscaban a tientas. Hay otro
actor decisivo, especialmente para un socialista. Es la sociedad.
Aquella cuyos favores obsesionan a mercado y Estado. Aquella que
contiene el protagonismo del cambio y que a medida que el capital
cede al trabajo y el conocimiento humano es el motor creador de
valor, más potente se hace y más rebelde hacia los militantes del
mercado y del Estado.
No planteo con esto el fin del Estado o del mercado. Ni uno ni otro son
prescindibles, aunque su rol cambia con el mundo. Habrá estados en
el futuro, pero los queremos al servicio de la sociedad, no de las
burocracias militantes. El reverso de esta realidad es una vida
partidaria de izquierda cada vez más dependiente del sustento que le
da el Estado y no de la sociedad a la que proclama servir. Como
consecuencia de esto, termina estatizando su visión de las cosas y
privatizando el Estado con la captura de posiciones en él.
Asimismo, habrá mercados; demonizarlos o pretender hacerlos
desaparecer desde Estados que no abarcan su globalidad, es ilusorio.
Son parte de la vida social y en todos los lugares se han mostrado
mejores para las mayorías que las economías estatistas. Pero su clave,
al igual como ocurre con el Estado, es que esté al servicio de la
sociedad y tenga las regulaciones que impidan sus persistentes
derivas monopólicas y desigualadoras, haciéndolo marchar hacia una
competencia cada vez más completa, antidiscriminatoria.
En el mundo de hoy no hay que temer al cambio, sino al inmovilismo.
El socialismo no puede ser bíblica estatua de sal mirando al pasado.
Debe cambiar si quiere sobrevivir.
Una paternidad socialista visionaria
Para la ortodoxia, lo anterior es sospechoso de no ser socialista. Poco
me importa. Las categorías “capitalista” y “socialista” tienen tan
distintas y contradictorias versiones que sirven cada vez menos para
dar identidad a algo.
Mi mensaje es otro. El socialismo tiene vetas más ricas y amplias que
los engendros de Lenin y Stalin prolongados culturalmente hasta hoy.
Más aún, cualquier avance que signifique más hegemonía de la
sociedad sobre el Estado, solo puede alegrar a un genuino socialista.
Creer que la solución es tener empresas estatales, bancos y AFPs
estatales, hospitales construidos por funcionarios, escuelas dirigidas
por funcionarios y un largo etcétera, solo conduce al imposible de
intentar paralizar una sociedad cada vez más incontrolable por él.
Transformar en ideal revolucionario el burocratizar, ya se probó un
fracaso para los postergados, los maltratados, los humildes, las
mujeres, los discriminados.
El debate entre capitalistas y socialistas lleva ya tres siglos. Hay
tiempo suficiente para analizar en qué acertó cada cual y en qué no.
Lo resultante hoy, no es lo pronosticado por ninguno de los dos. Hay
ingredientes socialistas que surgen triunfantes de estos tres siglos…
así como los hay también capitalistas. Los triunfantes de ambos se
han transformado en consenso de humanidad.
Este siglo es más socialista que el anterior. Tiene más centralidad en
el trabajo que en el capital. Pero para entenderlo debemos
deshacernos de los constructores de atajos del siglo pasado, con sus
engendros fracasados.
La central teoría de la plusvalía ha triunfado en este siglo y por eso
mismo, se desplomó ese esperpento conocido como URSS y
movimiento comunista internacional. Ya nadie discute que lo que crea
valor es el hombre y sus conocimientos, no el capital material de
rápida obsolescencia.
La visión inicial de creación de valor estaba, como siempre ocurre,
condicionada por la realidad en que entonces se pensaba. No incluyó
todas las variantes de creación de valor por parte del ser humano. Se
congeló el pensamiento en la suerte del “proletario”, categoría social
que se postuló en expansión frente a una cada vez más reducida y
concentrada burguesía. Una sociedad homogénea, solo de “burgueses
y proletarios” (predicción errada de Marx).
Pero poco a poco se impuso la creación humana de valor y se
demostró errada la apuesta por un proletariado en expansión y
pauperización. Surgieron la creación científica masiva, las
profesiones y carreras técnicas, la especialización en cada actividad
productiva, la diversidad creciente. La cada día más potente
contribución humana a la creación de valor, volvió anacrónica la
identidad de “proletario”, de “clase obrera”. Cada vez es más
especialista en algo y si no lo es, pugna por serlo, o que sus hijos
lleguen a serlo. La complejidad y extensión planetaria de la cadena
económica y social profundiza esta realidad y agrega en ella
cuestiones que originariamente no podían verse, aunque hace rato lo
son. Por ejemplo Schumpeter hizo una distinción crucial entre
capitalista y empresario; siendo el primero quien aportaba capital,
pero el segundo quien tenía la capacidad para hacerlo crear riqueza,
con la cual el capitalista no tenía por qué contar. La capacidad
empresarial es otra capacidad humana creadora de valor.
Seguir creyendo que la propiedad del capital material es lo que define
el ser capitalista (pro propiedad privada) o socialista (pro propiedad
estatal) es haberse congelado en el pasado. Es ser incapaz de asumir
el más importante triunfo intelectual del socialismo, quedándose
anclado en una visión decimonónica del socialismo y el capitalismo.
Los capitalistas en cambio, con mayor flexibilidad, rápidamente
pasaron a apropiarse de la “sociedad del conocimiento” y pontificaron
sobre “el capital humano”. La concepción socialista de que es el ser
humano el principal factor de creación de valor, es hoy un consenso
de humanidad.
La versión estatista y funcionaria de socialismo, propia de tiempos
idos donde el Estado ocupaba la cúspide de la pirámide social, se
demostró menos capaz de dar vuelo a esa creación de valor centrada
en el ser humano. El hervidero de una sociedad donde todos pueden
inventar, emprender, imaginar, sin estar sometido al visto bueno
previo de un funcionario, resultó imbatible.
El desafío socialista, como ha sido en cada tiempo histórico, no es
hacer profesión de fe en los dioses que otros crearon.
¿Qué nos pasó?
La derrota sufrida en la última elección presidencial es de una
envergadura solo superada por la derrota de 1973. Se requerirá la
misma entereza y coraje de entonces para enfrentar los errores
cometidos y construir nuevas respuestas.
Es ya evidente que la dirigencia de esa coalición se conformó por el
ansia de volver a estar en el gobierno y no por un proyecto de país o
una coincidencia programática. Lo han confesado públicamente.
Acertaron con la consigna de la “desigualdad”, gran reivindicación de
esa clase media emergente que reclamaba más espacio en “el modelo”,
más certezas de no volver atrás y deseos de seguir avanzando. Fue lo
más lúcido de la coalición. La desigualdad no es visible para la
extrema pobreza, pero sí para la clase media.
El lado oscuro del “modelo” quedó al desnudo con ese 30% de
chilenos que abandonó la pobreza y accedió a la sociedad de consumo,
a la universidad para sus hijos y a la conciencia de diferencias antes
invisibles. Convencidos que lo logrado era por su personal esfuerzo,
asumieron banderas de igualdad, más como oportunidad personal de
subir en la escala social que como sueño igualitario.
La campaña sobre las desigualdades tocó fibras sensibles de las
mayorías y descolocó a una derecha incapaz ideológicamente de
asumir esa bandera; identificó en los empresarios y “los ricos” al
culpable y merecedor del altar de sacrificios; transformó en necesaria
la renegación de su propio pasado político, porque era también el de
desigualdades que ahora se abominaban y prometían erradicar.
Sin embargo ese era solo diseño de referencia, para una coalición con
la mirada más puesta en los tiempos que la precedieron que en el
futuro; también, en la nostalgia de volver como sea y para lo que sea
al aparato estatal. Hizo un paquete indiferenciado con 40 años de
historia. Renegaron de su obra previa. Todo era continuismo,
injusticia, complicidad con los ricos, los dictadores, los abusadores. Se
reinterpretaron los procesos, se tildaron de farsas todas las rupturas
y cambios históricos. Se hizo un listado de las miserias de ese período
de 20 años, que a su juicio solo cambiaba la apariencia de las cosas.
La realidad ha dejado en claro que existía una consigna movilizadora,
pero ni atisbos de programa y menos proyectos estudiados. Ese
batiburrillo de diagnósticos, consignas y promesas, crearon una fosa
infranqueable entre las expectativas de la gente y lo que el gobierno
ofrecía. La improvisación, el exabrupto corregido a destiempo, la
chapucería transformada en habitual, la toma por asalto del botín
estatal con sus miles de “pegas”, los honorarios millonarios, los
honores y privilegios mareadores, fueron su sello.
Tampoco se entendió qué era y anhelaba esa clase media emergente,
transformada en factor central de la política.
Vieron los movimientos de 2011 como estudiantiles, cuando no lo
eran. Los estudiantes fueron solo punta de lanza de un movimiento
clasista y familiar que resentía las diferencias de calidad en la
educación y veía ahogarse en costosos aranceles, sus sueños de
padres. Creyeron ver en esos movimientos la demanda de “cambio de
modelo” cuando la demanda era ensanchar espacios dentro del
modelo. Cuando la familia de la nueva clase media comenzó a
alarmarse con una reforma que agredía a la educación particular
subvencionada donde estudiaba la mayor parte de sus hijos y el
movimiento estudiantil se radicalizó, la “calle” de 2011 se bifurcó. Su
parte estudiantil, en la misma medida de su radicalización, perdió
influencia social; y la otra clasista y familiar, como reflejan las
encuestas, rechazó las reformas educacionales del gobierno que
agredieron su opción educacional por excelencia.
La política se equivocó también en su diagnóstico sobre el impacto de
la reforma tributaria. Era necesaria y hubo propuestas que
recaudaban tanto o más que la actual, entre otras cosas por no tener
impacto negativo en el crecimiento. Los empresarios estaban bastante
resignados a ella. Pero la que se implementó se equivocó con la
empresa, por desconocerla. Cuando más tarde percibió las
consecuencias, el gobierno se alarmó y a poco andar vimos a los
mismos que las descalificaban, llamándolas melosamente a una
“alianza público-privada” y redestinando recursos de la reforma
tributaria a intentar reactivar una economía afectada por esa misma
reforma. Con un mínimo de confianza y conocimiento mutuo, no
hubiera ocurrido lo que ocurrió. Hoy es claro que la reforma no la han
pagado “los ricos”. La pagó el sector productivo del que dependen la
actividad económica, pero se le alivió la carga a los rentistas y
también, nuevamente, la pagó esa clase media emergente. Fue así
como llegamos al hecho inusual de que un aumento de impuestos,
justificado para mejorar la educación, su demanda más sentida, contó
invariablemente con más rechazo que aprobación en la población.
Los errores antes señalados se potenciaron al persistir en ellos,
atribuyendo los rechazos a meras “fallas comunicacionales” o
menospreciándolos, con la arrogancia paternalista de considerarlos
pasajeros, propios de la cultura “conservadora” que resistía a la
“contracultura” progresista naciente.
Todo eso ocurrió antes que detonaran los casos de Penta, Caval, SQM,
etc. Ellos fueron grandes guindas de una torta horneada ya antes. Una
política que imponía reformas que no calzaban con los anhelos de
quienes habían votado por hacerlas, ni tampoco con una economía
sana, se develó además como corrupta, intervenida por intereses
privados y profitadora de influencias nacidas del voto ciudadano.
Caval y SQM provocaron el desfondamiento de la credibilidad en
quien monopolizaba la fe en la política, Michelle Bachelet. Cuando eso
se vino abajo, todo el tinglado de la coalición, cayó en pedazos.
Su real “legado político” fue entregar el gobierno a la derecha, ayudar
a generar una nueva izquierda más radical por el flanco izquierdo de
la tradicional, provocar el fin de la centroizquierda como coalición,
una imagen de corrupción y abuso fiscal y, algo aun más
trascendente: hasta antes del gobierno de la Nueva Mayoría, la
centroizquierda era dueña del prestigio de garantizar buena
gobernabilidad en beneficio de todos. Esa fue razón de su prolongado
gobierno en tiempos de Concertación. Pero en la última elección, fue
la derecha la que profitó de ese prestigio del que antes carecía y que
la Nueva Mayoría le cedió.
El acercamiento inexorable de los eventos electorales desnudó la
ausencia de un proyecto coherente de futuro. Lo demás era ya pasado.
De esa ausencia de proyecto de futuro partimos hoy.
Lógicas comunes antes de proyectos comunes
La realidad se cuela por entre las palabras y adquiere fundamento
práctico la desconfianza ciudadana en la política. Esta ha perdido la
razón de ser que da sentido a su rol social. Una burocracia sin
proyecto de futuro alguno distinto a sí misma, no es capaz de revertir
desconfianzas. Y las naciones fuertes no se construyen principalmente
a partir de su pasado y tradiciones, sino de la capacidad para
consensuar e implementar perseverantemente un proyecto de futuro
que haga sentido a mayorías ciudadanas; y una tras una lógica
compartida.
Allende tuvo proyecto de futuro, todo su gobierno tuvo un propósito
compartido, por más que visto desde hoy resulta legítimo dudar de su
viabilidad histórica y acierto. La dictadura tuvo proyecto de futuro,
por más que formáramos parte de los perseguidos y excluidos. La
Concertación fue aún más: lideró por 20 años un proyecto nacional
con lógicas compartidas que impregnaron todo su quehacer y
transformaron su período en el más exitoso de la historia patria.
El sentido profundo de la política es encarnar un proyecto de futuro.
La despolitización es de su responsabilidad. Tampoco una sociedad
mercantilizada es culpa del mercado. No se puede pedir al mercado lo
que no puede dar y éste, que ha existido y existirá siempre, no
condena a todas las sociedades a ser sus esclavas. Es responsabilidad
de la política contener un proyecto de sociedad que supere y
subordine la parcialidad del mercado.
Todo proyecto de futuro trasciende la duración de un gobierno. Son
lógicas prácticas para dar coherencia a personas y tareas muy
distintas.
La renovación socialista las tuvo y fueron clave en la perdurabilidad
de sus gobiernos. Otras lógicas se requieren para nuevos tiempos,
pero las de entonces mantienen vigencia y el menosprecio a ellas es
una de las razones del fracaso de la Nueva Mayoría:
1) La democracia y los derechos humanos no son relativizables, sino
parte integral de nuestra visión.
2) Los cambios, mientras más profundos, más amplias las fuerzas
sociales y políticas comprometidas con ellos que se necesitan y por
ende más graduales los cambios (en alianza con el centro pueden
haber sido menos llamativos que los de la UP, pero perdurables y sin
retrocesos).
3) La lucha por una sociedad más justa y equitativa es interminable,
no hay triunfo final ni paraíso terrenal, cada avance y cada
generación tienen su tarea pendiente en un mundo cambiante.
4) Rechazo categórico a la violencia y a la lucha armada, no por
razones tácticas, sino porque en ella siempre ganan los violentos y
armados de uno de los bandos, pero nunca los pueblos, que solo
construyen para ellos a partir de la única igualdad que de verdad
iguala el poder de cada uno: el voto.
5) No hay economía viable en el siglo XXI sin una combinación de
mercado y regulaciones que corrijan sus imperfecciones y
distorsiones, sin empresas privadas, sin una política fiscal rigurosa
que asegure a todos equilibrios macroeconómicos indispensables para
que los pueblos no paguen las consecuencias de la irresponsabilidad
fiscal de quienes no quieren límites en sus ansias de repartir y
repartirse, o consideran que la economía es para después del triunfo
final.
6) Toda democracia fuerte es de acuerdos entre los representantes de
una “polis” cada vez más diversa y consciente de su diversidad.
7) Impecabilidad en el ejercicio de la función pública y en el diseño de
políticas públicas, más aun, con un pueblo cada vez más educado,
informado y consciente de sus derechos.
O sea, una cultura, una forma de pararse frente a la realidad,
inspiradora de toda la diversidad de interpelaciones que la sociedad
hace a la política, tejedora de complicidades transversales.
¿Qué puede ser en el Chile de hoy un proyecto de futuro?
1.- Ser descarnadamente crítico con nosotros mismos. No tener piedad
ni permitirnos complacencia alguna, actuar con la implacabilidad con
que tratamos errores de otros que nos afectan gravemente. Debemos
desentrañar a fondo en qué nos equivocamos. Es desgarrador porque
significa un juicio a nosotros mismos, pero si no lo hacemos, es
imposible salir del pantano.
Con todo, la magnitud de esta derrota es distinta a aquella trágica de
1973. Pero, si somos sinceros, la gestión de la Nueva Mayoría nos ha
hecho perder autoridad moral y política para gobernar Chile en
beneficio de las mayorías y de la nación como un todo.
2.- Darle centralidad a nuestra opción por la sociedad, en vez de
hacerlo por el Estado o por el mercado. En eso se juega el nodo de un
reposicionamiento del PS.
En el último tiempo la política ha respondido más a los contingentes
politizados cercanos, a “militantes-clientela” y a burocratizadas
organizaciones sociales avejentadas, de padrinazgo político, que a las
mayorías. O sea, a minorías. Insistir en ello solo prolonga la
bancarrota.
Debemos salir de la trampa dicotómica de Estado versus mercado. Ser
sociedad y no partidocracia. Combatir la privatización de la política y
la vida partidaria, en beneficio de quienes la ejercen a tiempo
completo. Pensar a partir de mayorías que no encajan en los
conceptos que de ella se había hecho la izquierda de los siglos
anteriores. Esas mayorías tienen un arco iris de diversidad y ya no
interpreta a nadie visiones clasistas de ellas, en permanente
enfrentamiento con otras partes de la sociedad. Comprenden que
necesitan un pacto de convivencia nacional que vaya mas allá de ellas
mismas, para que Chile funcione y sus anhelos se satisfagan.
Abominan de la confrontación y el desacuerdo, de las
retroexcavadoras. Quizás se puede hasta ganar una elección, más aún
cuando el voto voluntario facilita rebajar el valor de la mayoría en
beneficio del voto duro. Pero lo que de allí salga no será sino la
prolongación de la lógica parasitaria Estadodependiente de una casta
y no un país del cual las mayorías y también las minorías sean
dueñas.
La desigualdad es un clamor nacional, hay que darle respuesta. La
gran demanda no es el cambio de modelo sino más espacio dentro del
modelo que los sacó de la pobreza. No es igualar, sino dar seguridades
de no retroceder y entusiasmo por la prosperidad individual de
quienes lo logran. Sin reformas que promuevan la protección y la
movilidad social de verdad, no existirá un proyecto de nación. Las
obsoletas respuestas de un igualitarismo y un clasismo “demodé”,
propios de una izquierda de la primera mitad del siglo XX, no están a
la altura del pueblo chileno de comienzos del siglo XXI.
3.- Las mayorías no son “la calle”. Salvo excepciones claras, como la
gran marcha feminista, la calle es lo más cercano a la militancia y en
la medida que más radical sea, menos interpreta a la mayoría. Estas
tampoco aceptan ser representadas por entidades corporativas
apadrinadas por la política, so pretexto que representarían a muchos
en ámbitos específicos. El desprestigio de la CUT, es un caso.
La política está consagrando su destrucción, sumando a su sordera
hacia las demandas de la mayoría, una simulación de escucha vía
otorgar a algunos de la misma casta burocrática, representaciones
sociales que no tienen.
4.- En el siglo XXI ni es posible, ni las mayorías toleran, concebir una
economía sin mercado y sin empresa privada. Pero la empresa tiene
una deuda enorme con su sociedad. No se trata de darles en el gusto,
ni perdonarles sus abusos. Se trata de que las regulaciones los tengan
en vereda, impidan las asimetrías propia de una economía con
tendencia a la concentración como la chilena, desarrolle cultura y
estrictas normas éticas, pero al mismo tiempo darle amplio espacio
para que cumplan su decisivo e irremplazable rol social: generar
crecimiento, empleo y riqueza. Lo demás no es izquierdismo sino
anacronismo.
Por 25 años nuestra población y especialmente su nueva clase media,
hicieron parte de su cultura tres verdades hoy amenazadas: que había
pleno empleo y por ende certeza de trabajo, que todos los años los
salarios reales y su calidad de vida mejoraban un poco y que, así las
cosas, endeudarse para anticipar consumos era de bajo riesgo. La
agresión a estos sentidos comunes ciudadanos está provocando
profundos cambios en la aproximación de la sociedad con la política.
La recuperación de nuestro dinamismo económico es un tema político
central e insoslayable de cualquier proyecto de futuro.
5.- Propiciar y construir una sociedad de la creatividad, la innovación
y el emprendimiento es condición para sobrevivir y prosperar en el
mundo cambiante de hoy. Eso solo puede hacerlo una sociedad libre,
con alas para volar, integrada al mundo. Jamás una sociedad y una
economía estatizadas pueden lograrlo.
El sentido de trabajo en equipo, la capacidad para adaptarse al cambio
y ojalá de anticiparse a él o mejor aún crearlo, la resiliencia en vidas
que arriesgan más altibajos, el estímulo a razonar más que a aprender
cosas estáticas, son requisitos indispensables para la vida humana y
por ende de nuestra vida partidaria.
Eso supone un nuevo paradigma del ser empresario y el socialismo
debe impulsarlo. Las empresas están forzadas a tener conciencia de lo
colectivo y una política social cada vez más activa y sofisticada. En el
mundo de hoy, la empresa se está politizando, en el mejor sentido de
la palabra. Para que le vaya bien en sus propósitos privados, debe
pensar desde los intereses de todos, no solo desde los suyos propios.
Ser parte de la sociedad.
6.- Tampoco hay proyecto de futuro solo basado en el mercado. El
mercado es lo que es. Y entre sus virtudes no se cuenta el luchar
contra el consumismo, o contra la creación de riqueza. Es ridículo y
peligroso intentar “desmercantilizar” el mercado.
La carencia de fondo no es suya. Es el vacío de un proyecto de
sociedad que sea algo más que mercado. El mayor factor de
mercantilización de la vida social es la privatización de la política; la
sustitución de la preocupación por la “polis”, por la preocupación por
la carrera o destino personal. La mercantilización no es sino la
mercantilización de la política. La orfandad de un proyecto de futuro
para todos y no solo para sí.
7.- El cambio de la política es, por lo dicho, condición sine qua non de
un proyecto de futuro. Hay que construir una política culturalmente
distinta a la actual.
Es necesaria una regulación de los partidos políticos que asegure una
democratización, apertura y combate al clientelismo. Este es un nudo
del cambio de la política. La vida de los partidos está degradada.
También la del PS.
Debemos revertir el que los mejores de las nuevas generaciones
huyan de la política, porque eso deteriora la calidad de su
reclutamiento. Son muy pocos y raramente los mejores, quienes hoy
cruzan las puertas de los partidos. Las primarias abiertas, para las
candidaturas de representación popular de los partidos debería
implantarse y puede ser sano establecer límite a las reelecciones, así
como una cantidad de candidaturas mayor al número de cargos en
disputa para abrir más oportunidades a los no incumbentes.
El voto voluntario y la alta abstención consecuente, potencian el voto
duro y por ende el valor electoral de esa minoría más militante que
cada vez es menos querida por la mayoría. Esto debe ser cambiado si
queremos escuchar a mayorías ciudadanas cuyo voto es hoy cada día
más blando y distante de la militancia.
Pero junto a esto, se necesita otra cotidianeidad de la política. Pensar
el país, formarse, vivir con la ciudadanía, debatir, preocuparse por la
formación y cultura política de la militancia. La política requiere
buenas políticas públicas, pero es más que eso. Es construir un
sentido compartido para la vida en sociedad.
8.-El mundo cambia a velocidad creciente arrastrado por los frenesís
de la revolución científico-técnica y digital. Todo está cambiando. La
medicina por la biotecnología y la enormidad de variantes nacidas de
la revolución digital, la educación y la obsolescencia rápida de los
conocimientos, la robótica, la gestión a distancia gracias a la “internet
de las cosas”, la revolución que la inteligencia artificial nos anuncia.
Millones de trabajos nacen y se destruyen. Capacidades y
competencias que hoy no existen, serán la demanda de mañana. La
libre competencia global será la bandera de los pobres del mundo
frente al proteccionismo de los países centrales afectados por los
avances igualadores de oportunidades de crecimiento con países del
Tercer Mundo.
Así mismo, debemos prepararnos para un mundo más tensionado y
cambiante por su paso a realidad multipolar. Los próximos decenios
estarán marcados por la interacción permanente entre EEUU, China e
India, los tres colosos globales de este siglo.
*********
Todo esto, no ha estado jamás en las grandes definiciones del PS. Lo
desafiante y urgente es que está ya en las mentes y la vida cotidiana
de toda la sociedad.
En otras palabras, hay una visión de país para 30 o 50 años que
debemos construir y compartir. La derrota vivida, el cambio
vertiginoso de la vida humana, la crisis de las elites y de sus
paradigmas, transforma en condición de sobrevivencia un PS con un
nuevo decálogo, nacido del análisis descarnado de lo que nos ha
llevado donde estamos y dotado con contenidos propios del siglo XXI.
Es una concepción de ser socialista la que se agotó.
20190529

sábado, marzo 30, 2019

La caída de Ezzati, la caída De la Iglesia. 30 de marzo de 2019. Francisco José Covarrubias. El Mercurio.

Ricardo Ezzati pudo ser Papa. Se supone que después de Benedicto XVI tenían que elegir a alguien que tuviera mucha vinculación con Latinoamérica. Y si era italiano, mejor. Ezzati cuadraba perfecto. Lo único que faltaba era que lo nombraran cardenal a tiempo para poder ser elegido, pero la cosa se atrasó. O más bien Ratzinger se adelantó en dimitir. Así, el hombre que soñaba con ser Papa terminó en Santiago, y esta semana terminó su carrera eclesiástica. Y terminó mal.
La justicia determinará la responsabilidad de Ezzati. Las instituciones terrenales deberán funcionar. Pero lo cierto es que el problema de la Iglesia Católica es mucho más profundo que Ezzati.
Varios son los motivos.
En primer lugar, "el contexto". Hoy las sociedades son cada vez menos religiosas. El avance de la ciencia y la mayor instrucción de la gente han hecho que las tasas de creencia en Dios hayan bajado sostenidamente. Y si bien en Chile mayoritariamente la gente sigue siendo creyente, la tasa ha bajado sostenidamente. De acuerdo a la encuesta CEP, ello bajó en Chile de 88% a 80% en diez años y la tendencia en Europa es mucho más acelerada. Así, por ejemplo, en Alemania el 45% de las personas de entre 16 y 29 años admite no ser creyente, el 64% en Francia y el 70% en Inglaterra. Es decir, ante todo, las religiones en general se desarrollan en un contexto que es cada vez más adverso. Y eso es una primera realidad.
En segundo lugar, "los tiempos". Si bien la Iglesia Católica tuvo un aggiornamento en 1962 con el Concilio Vaticano II, los vientos de cambio incrementaron su velocidad con el paso de los años. Y pese a que el Concilio acercó la religión al feligrés, pasando de un Dios "castigador" a un Dios "ciudadano", ello no fue suficiente. En especial cuando la vida principesca de la curia no tiene nada que ver con el personaje inspirador que es Jesucristo. Ello se incrementa en los últimos años con la puesta en evidencia del rol absolutamente secundario que tiene la mujer al interior de ella. Y si a eso se agrega el "cierre de puertas" a la cada vez más grande masa de divorciados y el rechazo profundo -paradójicamente- a los gays, hace que no solo el contexto sino que los tiempos conspiren en su contra.
En tercer lugar, "la política". En tiempos de redes sociales y de una sociedad más igualitaria se hace difícil sostener la existencia de una monarquía absoluta y, más complejo aún, la intermediación exclusiva de Dios. Cuando Lutero enarboló sus 95 tesis expresó una frase que sería premonitoria: "Todos somos pastores", para -precisamente- expresar que la Iglesia no podía tener la llave exclusiva de la salvación. En la época de Twitter y WhatsApp, en que el empoderamiento de la gente en los distintos ámbitos de la vida pública y privada se ha incrementado sostenidamente, ello conspira fuertemente contra la religión católica.
En cuarto lugar, "el monopolio". En un pasaje no tan conocido de la "Riqueza de las Naciones" de Adam Smith se habla de la importancia de que exista competencia entre las distintas religiones, ya que ello permitiría una mayor tolerancia en la sociedad. Y, en el fondo, los privilegios y prebendas como "religión oficial" que ha tenido la Iglesia le terminaron pasando la cuenta, como a la mayor parte de los monopolios. La no renovación de su institucionalidad dio pie para que la corrupción irrumpiera con fuerza en todos sus estamentos.
En quinto lugar, los abusos. O sea, en el problema de la Iglesia los abusos aparecen recién en el quinto lugar. Y son consecuencia de todo lo anterior. No se trata de que "deficiencias pueden haber habido", como dijo Ezzati en una entrevista, sino que ello forma parte estructural de la organización, donde entre abusadores, encubridores y quienes no quisieron ver suman casi el 100%. Este problema se ve incrementado, aunque no sea la única causa, por el celibato que le anula la sexualidad al clero, lo cual termina manifestándose -como hemos visto- en los más débiles, de la mano de "guías espirituales" y "confesiones" que las facilitan.
Son tantos los casos de abusos en Chile y en el mundo, que no se puede personificar el problema en Ezzati ni en Errázuriz. Su forma de actuar, absolutamente condenable, no era más que la vieja usanza hasta ayer en la tarde. Si a Ezzati no lo hubieran nombrado obispo de Santiago en 2010 y hubieran nombrado a otro, ahora estaríamos hablando del otro. Tal como hemos hablado de muchos fundadores de congregación, de muchos obispos y de muchos sacerdotes.
Lo que ha ocurrido en estos años no es más que la muestra más palpable de que la alfombra se hizo demasiado chica como para seguir metiendo cosas debajo y, como en el mito de la caja de Pandora, hemos visto salir todos los males juntos siendo casi imposible volver atrás.
Así, el problema no es solo Karadima. No es solo Errázuriz. No es solo Ezzati. No son solo los abusos puntuales. El problema de la Iglesia Católica es más profundo y estructural. Tal vez, lo único que le sirva de consuelo es aquella frase de Sartre de que "nunca las noticias son malas para los elegidos de Dios".
LA JUSTICIA DETERMINARÁ LA RESPONSABILIDAD DE EZZATI. LAS INSTITUCIONES TERRENALES DEBERÁN FUNCIONAR.
FRANCISCO JOSÉ COVARRUBIAS

domingo, marzo 24, 2019

Blockchain isn't about democracy and decentralisation – it's about greed | Nouriel Roubini Nouriel RoubiniMon 15 Oct 2018 11.20 BST


With the value of bitcoin having fallen by about 70% since its peak late last year, the mother of all bubbles has now gone bust. More generally, cryptocurrencies have entered a not-so-cryptic apocalypse. The value of leading coins such as Ether, EOS, Litecoin and XRP have all fallen by over 80%, thousands of other digital currencies have plummeted by 90%-99%, and the rest have been exposed as outright frauds. No one should be surprised by this: four out of five initial coin offerings (ICOs) were scams to begin with.
Faced with the public spectacle of a market bloodbath, boosters have fled to the last refuge of the crypto scoundrel: a defence of “blockchain,” the distributed-ledger software underpinning all cryptocurrencies. Blockchain has been heralded as a potential panacea for everything from poverty and famine to cancer. In fact, it is the most overhyped – and least useful – technology in human history.
In practice, blockchain is nothing more than a glorified spreadsheet. But it has also become the byword for a libertarian ideology that treats all governments, central banks, traditional financial institutions, and real-world currencies as evil concentrations of power that must be destroyed. Blockchain fundamentalists’ ideal world is one in which all economic activity and human interactions are subject to anarchist or libertarian decentralisation. They would like the entirety of social and political life to end up on public ledgers that are supposedly “permissionless” (accessible to everyone) and “trustless” (not reliant on a credible intermediary such as a bank).
Yet far from ushering in a utopia, blockchain has given rise to a familiar form of economic hell. A few self-serving white men (there are hardly any women or minorities in the blockchain universe) pretending to be messiahs for the world’s impoverished, marginalised and unbanked masses claim to have created billions of dollars of wealth out of nothing. But one need only consider the massive centralisation of power among cryptocurrency “miners,” exchanges, developers and wealth holders to see that blockchain is not about decentralisation and democracy; it is about greed.
For example, a small group of companies – mostly located in such bastions of democracy as Russia, Georgia and China – control between two-thirds and three-quarters of all crypto-mining activity and all routinely jack up transaction costs to increase their fat profit margins. Apparently, blockchain fanatics would have us put our faith in an anonymous cartel subject to no rule of law, rather than trust central banks and regulated financial intermediaries.
A similar pattern has emerged in cryptocurrency trading. Fully 99% of all transactions occur on centralised exchanges that are hacked on a regular basis. And, unlike with real money, once your crypto wealth is hacked, it is gone forever.
Moreover, the centralisation of crypto development – for example, fundamentalists have named Ethereum creator Vitalik Buterin a “benevolent dictator for life” – already has given lie to the claim that “code is law,” as if the software underpinning blockchain applications is immutable. The truth is that the developers have absolute power to act as judge and jury. When something goes wrong in one of their buggy “smart” pseudo-contracts and massive hacking occurs, they simply change the code and “fork” a failing coin into another one by arbitrary fiat, revealing the entire “trustless” enterprise to have been untrustworthy from the start.
Lastly, wealth in the crypto universe is even more concentrated than it is in North Korea. Whereas a Gini coefficient of 1.0 means that a single person controls 100% of a country’s income/wealth, North Korea scores 0.86, the rather unequal United States scores 0.41 and bitcoin scores an astonishing 0.88.
As should be clear, the claim of “decentralisation” is a myth propagated by the pseudo-billionaires who control this pseudo-industry. Now that the retail investors who were suckered into the crypto market have all lost their shirts, the snake-oil salesmen who remain are sitting on piles of fake wealth that will immediately disappear if they try to liquidate their “assets”.
As for blockchain itself, there is no institution under the sun – bank, corporation, non-governmental organisation or government agency – that would put its balance sheet or register of transactions, trades and interactions with clients and suppliers on public decentralised peer-to-peer permissionless ledgers. There is no good reason why such proprietary and highly valuable information should be recorded publicly.
Moreover, in cases where distributed-ledger technologies – so-called enterprise DLT – are actually being used, they have nothing to do with blockchain. They are private, centralised and recorded on just a few controlled ledgers. They require permission for access, which is granted to qualified individuals. And, perhaps most important, they are based on trusted authorities that have established their credibility over time. All of which is to say, these are “blockchains” in name only.
It is telling that all “decentralised” blockchains end up being centralised, permissioned databases when they are actually put into use. As such, blockchain has not even improved upon the standard electronic spreadsheet, which was invented in 1979.
No serious institution would ever allow its transactions to be verified by an anonymous cartel operating from the shadows of the world’s authoritarian kleptocracies. So it is no surprise that whenever “blockchain” has been piloted in a traditional setting, it has either been thrown in the trash bin or turned into a private permissioned database that is nothing more than an Excel spreadsheet or a database with a misleading name.
 Nouriel Roubini, a professor at NYU’s Stern School of Business and CEO of Roubini Macro Associates, was Senior Economist for International Affairs in the White House’s Council of Economic Advisers during the Clinton Administration. He has worked for the International Monetary Fund, the US Federal Reserve, and the World Bank.
 Brunello Rosa is co-founder and CEO at Rosa & Roubini Associates, and a research associate at the Systemic Risk Centre at the London School ofEconomics.

domingo, febrero 03, 2019

Frei (Álvaro Covarrubias)

La Muerte de don Eduardo Frei Montalva
Lo que sigue, es mi versión de los hechos que rodearon la muerte del ex Presidente de la República don Eduardo Frei Montalvacon el fin de aportar al debate público acerca de la verosimilitud de la tesique sostiene que fue asesinado. Lo hago primero por amor a la verdad, además de mi profundaadmiración por don Eduardo, con el cual colaboré activamente durante los seisaños de su gobierno, uno de los más fructíferos de la historia de la República.
Por razones profesionales, en los años ochenta trabajé en el área de la Salud,donde escuché testimonios de personas directamente involucradas en el proceso que terminó con su muerte. Posteriormente, mis fuentes de información son las de dominio público.

LOS HECHOS
Don Eduardo tenía 70 años y sufría de una enfermedad conocida como hernia al hiato, que le impedía hacer una vida normal. Muy molesto por esta dolencia, supo que había un famoso médico cirujano, llamado Augusto Larraín Orrego quien operaba a los pacientes de esa dolencia, logrando erradicar definitivamente el mal. Desesperado por esta molestia, don Eduardo decidió operarse con ese doctor; poniendo sólo como condición, que la intervención quirúrgica debería efectuarse en la Clínica INDISA. Presumo quela decisión de elegir esta clínica para la operación, fue que en esa época, en ella tenía gran influencia el Cardenal Raúl Silva Henríquez. La clínica era dirigida por los doctores: Juan Fierro Morales (Presidente del Directorio y médico personal de don Patricio Aylwin), Alberto Lucchini Albertalli (Vicepresidente del Directorio y médico personal del Cardenal Silva) y Hugo Salvestrini Ricci (Director Médico); todos profesores universitarios de excelencia, de sobra conocidos de don Eduardo. Estos dos últimos habían sido recientemente exonerados de la Facultad de Medicina de la Universidad Católica, por no ser incondicionales al régimen del General Pinochet. 
La decisión de don Eduardo de operarse, habría contado con la opinión en contra del Dr. Ramón Valdivieso Delauney, ex Ministro de Salud de su Gobierno, que a la sazón actuaba como su médico de cabecera, por considerarque el riesgo de la operación era muy grande.
Cuando el Director Médico de INDISA de la épocael Dr. Hugo Salvestrini,se enteró que en los próximos días don Eduardo sería operado en ella de hernia al hiato, y previa consulta con miembros del Directorio, procedió a notificar al doctor Larraín, que la clínica negaba la autorización para que se efectuara la operación en sus recintos. La razón por la cual se tomó esta decisión, que se le comunicó al cirujano, fue que dicha operación era de alto riesgo, por lo que la clínica - velando por su prestigio - no quería exponerse a la posibilidad de que en ella se muriera un ex Presidente de la República. La explicación técnica que me dio personalmente el Dr. Salvestrini, acerca del riesgo de la operación, es que ese tipo de cirugía requería mucha manipulación en una gran zona del abdomen, por lo tanto la posibilidad de infección era alta. Entiendo que desde hace muchos años, esta operación ya no se realiza
Recibida la notificación de rechazo, el Dr. Larraín procedió a reservar pabellón quirúrgico en la Clínica Santa María, donde se realizó la operación el día 18 de Noviembre de 1981.
Pasados unos días en el post operatorio, el paciente fue dado de alta y enviado a su casa. Estando allí apareció un episodio de fiebre, que hacía prever que había algún problema derivado de la operación. La familia entonces llamó al Dr. Larraín para comunicarle el hecho y éste, que se encontraba en Pucón, les manifestó que esos síntomas eran normales por lo que no deberían preocuparse y no hacer nada. Al día siguiente; viendo los familiares que la fiebre se acrecentaba, volvieron a comunicarse con el Dr. Larraín obteniendo idéntica respuesta; por lo que tampoco se hizo nada. A pesar de este consejo, miembros de la familia alarmados por la situación, consultaron otras opiniones médicas; las que unánimemente coincidieron  en que el caso era grave, pues era presumible que don Eduardo tuviera una infecciócomo secuela de la cirugía y lo que correspondía era re operar de urgencia para tratar de contener dicha infección. Ante esas opiniones, la familia tomó dos importantes decisiones:
1.- Habiéndose convencido de que existía  un cuadro de infección y que se habían perdido valiosas horas para proceder a su solución y en vista a que del Dr. Larraín les recomendó no hacer nada; decidieron relevar a este doctor como médico tratante, para que nunca más atendiera don Eduardo bajo ninguna forma; lo que efectivamente así ocurrió.
2.- Que don Eduardo debía ser operado de nuevo en forma inmediata, para lo cual preguntaron cuál sería el profesional más calificado en casos complejosde cirugía abdominal. Se les indicó que era el Dr. Patricio Silva Garín, a quiénse le encargó realizar la nueva cirugía, solicitándole que a ella asistiera el Dr. Juan Pablo Beca Infante, marido de Isabel Frei Ruiz Tagle.
Don Eduardo fue reingresado a la Clínica Santa María, realizándose la segunda operación el 6 de Diciembre de 1981; a cargo del Dr. Patricio SilvaGarín como primer cirujano y el Dr. Eduardo Weinstein Varanosvski como ayudanteDurante la operación, los médicos comprobaron que el paciente tenía una grave infección en su abdomen, procediendo a seccionar partes de su intestino para controlarla. Durante el trascurso de la operación quirúrgica y sin haber sido convocado, el Dr. Larraín trató infructuosamente de entrar al quirófano, siendo impedido por el equipo médico que estaba operando.
Después de esta segunda operación se inicia el largo período de seis semanas, en que los cuidados intensivos prodigados al ex Presidente no logran salvarle la vida. Incluso, en un esfuerzo desesperado de los médicos para contener el avance la infección, proceden a realizarle una tercera cirugía, también a cargo del Dr. Silva el día 8 de Diciembre de 1981.
En ese período, el tratamiento a don Eduardo estuvo a cargo de distinguidos médicos de Santiago que fueron llamados a colaborar; entre los cuales se destaca la participación del Dr. Sergio Valdés Jiménez, famoso experto en cuidados intensivos, recientemente fallecido. Adicionalmente, durante ese período la familia Frei decidió nombrar a un amigo médico de toda su confianza, el Dr. Patricio Rojas Saavedra;  para que fuera el interlocutor entrelos equipos médicos y la familia; labor que este doctor realizó durante todo el tiempo de la agonía.
Otro esfuerzo que hizo la familia Frei para salvar a su padrebajo recomendación de algunos médicos, fue traer desde EE UU un medicamentoantibiótico nuevo, aún no probado, que se estimaba podría ayudarleSe encargó de la misión de comprar el medicamento y despacharlo a Chile, al Dr. Rodrigo Hurtado Morales, residente en Washington D.C. El dicho medicamente se aplicó, pero aparentemente no produjo ningún efecto positivo en la salud del enfermo.
Finalmente, el 22 de Enero de 1982 se produjo el fallecimiento.
Una vez comprobado el deceso del ex Presidente, se iniciaron los preparativos para sus funerales. En ese momento, el  Dr. Roberto Barahona Silva, jefe del Departamento de Anatomía Patológica del Hospital Clínico de la Universidad Católica, antiguo amigo de don Eduardo y a quién éste en su gobierno había nombrado como el primer Presidente de CONICYT, se comunicó con la familia Frei. Él les manifestó que sería recomendable practicar un embalsamamiento del cuerpo antes de introducirlo en la urna mortuoria, dado que las exequias iban a durar varios días y considerando el estado de infección generalizada del cadáver; ofreciéndose a realizar ese procedimiento con sus equipos técnicos. Obtenido el acuerdo de la familia, el Dr. Barahona procedióa enviar a la Clínica Santa María a los médicos tanatólogos: Dr. Helman Rosenberg Dr. Sergio González; quienes realizaron el procedimiento y - como es habitual en estos casos - sacaron muestras de tejidos del cuerpo que luego guardaron. Sin embargo, en su actuar estos doctores cometieron dos errores, que han complicado enormemente, el caso judicial:
1.- El embalsamamiento se realizó en la misma pieza en que había fallecido el ex Presidente Frei; pero los médicos cometieron el error de no poner el pestillo de la puerta durante el procedimiento. Cuando estaban realizando su tarea, entró inesperadamente a la pieza la Sra. Carmen Frei, quién pudo observar el cuerpo eviscerado de su padre, con el comprensible horror de esa visión para una hija.
2.- Una vez de vuelta al Hospital Clínico de la Universidad Católica, ambos doctores procedieron a escribir el informe del embalsamamiento y guardar las muestras para ser analizadas. A falta de otro formulario, el informe fue escrito en uno que consigna en su membrete: “Informe de Autopsia”; en circunstancia que el procedimiento realizado al cuerpo de Frei fue embalsamamiento y no autopsia.
En la Clínica Santa María no habría podido realizarse una autopsia, primero porque esta institución no tiene el permiso legal para hacerlas, además no cuenta con las facilidades requeridas y por último ningún familiar o médico así lo solicitó, en el caso de don Eduardo Frei.
El informe de la Universidad Católica, sobre el procedimiento de embalsamamiento del cuerpo, más el análisis de las muestras de tejidos, se guardaron en los archivos del Hospital. Cuando muchos años después este informe fue requerido, él fue entregado por su Director el Dr. Luis Castillo Fuenzalida personalmente a la Sra. Carmen Frei y al Tribunal que sustancia el caso del supuesto asesinato del ex Presidente.
En los 18 años siguientes a la muerte del ex Presidente de la República don Eduardo Frei, nadie habló de Magnicidio.
LA TESIS DEL MAGNICIDIO
Por razones de lógica, es imposible probar la no existencia de un hecho. Luego,  en este caso, es imposible probar que el ex Presidente Frei “no” fue asesinado. Lo que se necesita saber es “que es lo más probable” que haya ocurrido y para ello están las pruebas de lo que “sí” ocurrió.
Como puede verse en las páginas anteriores, hay significativos hechos queprueban fehacientemente, que la muerte del ex Presidente se debió a las complicaciones de una intervención quirúrgica de alto riesgo de infección, agravada por la demora – inexcusable desde el punto de vista médico – en la realización de la  segunda operación para neutralizarla.
Por lo que puede saberse de lo que ha trascendido a la opinión pública desdelas voces de  quienes la sustentan, la tesis del asesinato consta de una cadena de hechos y meras suposiciones que no aportan pruebas realesno contradiciendo de modo alguno la versión de que la causa de la muerte fue la septicemia contraída durante la primera operación. Según lo que se sabe de las investigaciones realizadas por el juez Madrid, hay una serie de hechoscontradictorios y vacíos en esta tesis, los que vamos a enumerar:
1.- El juez Madrid lleva 16 años a cargo del caso y aun no emite un dictamen de primera instancia. Si quienes sustentan la tesis del asesinato afirman públicamente que hay contundentes pruebas de ello, legítimamente podemos preguntarnos: ¿Cómo es posible que en tan largo tiempo el juez no haya podido llegar a un fallo con esas pruebasreputadas tan concluyentes?
2.- Uno de los acusados por el juez Madrid  como autor material del crimen, es el Dr. Patricio Silva Garín. ¿Es plausible que el Dr. Silva haya querido asesinar a Frei, si precisamente fue llamado por la familia para que tratara de salvarlo, por sus condiciones de cirujano especialista en alta complejidad, más que por ser amigo y ex Subsecretario de Salud en su Administración? ¿El sólo hecho de haber trabajado en el Hospital Militar durante la dictadura lo inculpa de cometer el magnicidio de un ex Presidente?
3.- El otro acusado por el magistrado como autor material del crimen, es el Dr. Pedro Valdivia Soto, bajo le presunción de haberlo envenenado; introduciendo sustancias tóxicas en su organismo mientras estaba internado en la Clínica Santa María. Si bien está comprobado que este doctor fue miembro de la DINA y que efectivamente en la época trabajaba en la clínica, el único cargoen su contra en este caso, es la versión de alguien que afirmó que, como médico residente de la UCI, pudo haber entrado a la pieza del ex Presidente.
4.- La tesis del envenenamiento queda desvirtuada por el comportamiento del equipo médico durante el período entre la primera operación y la muerte;durante la cual todos los médicos tratantes estuvieron convencidos que estaban luchando con una septicemia contraída durante la primeria operación. Por otra parte, si se hubiera introducido algún veneno en el organismo del enfermo, habrían aparecido síntomas no habituales en el caso, con lo que  necesariamente alguien de los equipos médicos lo habría notado. Si así hubiera ocurrido, es lógico que inmediatamente lo comunicara a los demás profesionales y, de haber persistido alguna duda, se habría pedido realizar una autopsia del cuerpo; procedimiento médico destinado a conocer la verdadera causa de muerte, cuando hay dudas de ello. Sin embargo, al cuerpo de don Eduardo Frei no se le realizó autopsia, pues nadie la pidió, ni la familia ni el equipo médico; lo que supone que todos estaban seguros de cual había sida la causa de la muerte. La pregunta que surge es: ¿Puede un veneno actuar sin dar síntomas perceptibles, para un equipo de médicos tratantes de los más expertos que había en el país, que estaban monitoreando al enfermo con la máxima tecnología disponible a la fecha?
5.- La tesis del envenenamiento se ve también desvirtuada, por el análisis realizado por el experto internacional Dr. Aurelio Luna a muestras obtenidas del cuerpo de Frei; exhumado muchos años después. El experto informó no haber  detectado los elementos letales gas Mostaza y Talio, que los técnicos chilenos Borgel y Cerda decían supuestamente haber encontrado. Estos elementos tóxicosque fueron indudablemente usados por los Servicios de Seguridad de la época: ¿Pueden actuar sin presentar síntomas en sus víctimas?
6.- El juez Madrid acusa a los médicos Rosenberg y Gonzalez en calidad de cómplices del asesinato. Ellos fueron quienes embalsamaron el cuerpo de don Eduardo - con el expreso permiso de la familia -  y sacaron muestras para analizar. Esta acusación queda desvirtuada por un principio de lógica elemental: ningún cómplice de un crimen guarda muestras, que eventualmente lo puedan inculpar. Por lo tanto, el haber sacado y guardado muestras es la mejor presunción de sus inocencias en el supuesto crimen. Adicionalmente, elinforme que escribieron se entregó a la familia y, por supuesto, no avala la tesis del asesinato.
7.- La acusación de la participación en el asesinato ddon Luis Becerra - confeso de ser informante de los Servicios de Seguridad del régimen - es inverosímil, al no señalarse en la acusación que actos directos pudo realizar como chofer para causar la muerte del ex Presidente.
8.-Por lo que sabe la opinión pública, los médicos que tuvieron alguna relación con el caso clínico de don Eduardo Frei, han declarado públicamente y en el proceso judicial, la convicción de que su muerte se debió a un shock séptico derivado de complicaciones post operatorias. En este sentido son especialmente relevantes los testimonios de los doctores Patricio Rojas, que acompañó a la familia y a los equipos médicos durante todo el período post operatorio y Juan Pablo Beca, yerno de don Eduardo, que asistió a dos de las operaciones. Ambos declararon no creer en la tesis del asesinato y afirmativamente opinaron que fue por causas médicas. Se sabe sólo de tres personas de profesión médica que han avalado públicamente la tesis del asesinato. El primero es el Dr. Augusto Larraín, autor de la primera operación,  por razones evidentes de defensa de su prestigio profesional. Las otra dos son las doctoras Michelle Bachelet, quien en  la época se encontraba fuera del país y la Dra. Izkia Sitches, Presidente del Colegio Médico que en la época n no había nacido.
Eduardo Frei Montalva escribió un libro que tituló: La Verdad tiene su Hora. Es de esperar que esa hora no tarde en llegar a este caso, para que no se imponga lo que hoy se llama la pos verdad.

Alvaro Covarrubias Risopatrón
Diciembre de 2018