Drops to drink
SINGAPORE’S average annual rainfall is more than double that of notoriously soggy Britain, so the casual observer might be surprised to learn that the place has a shortage of drinking water. Yet with around 7,000 people per square kilometre, Singapore is the third most densely populated country in the world. Its land mass is not large enough to supply its 5m inhabitants with water.
One answer is to desalinate seawater. That, though, is expensive, so the Singaporean government is keen to find cheaper ways of doing it. And, in collaboration with Siemens, a German engineering conglomerate, it may have done so, for Siemens says its demonstration electrochemical desalination plant on the island can turn seawater into drinking water using less than half the energy required by the most efficient previous method.
To make seawater fit for human consumption its salt content of approximately 3.5% must be cut to 0.5% or less. Existing desalination plants do this in one of two ways. Some employ distillation, which needs about 10 kilowatt-hours (kWh) of energy per cubic metre of seawater processed. Brine is heated, and the resulting water vapour is condensed. Other plants employ reverse osmosis. This uses molecular sieves that pass water molecules while holding back the ions, such as sodium and chloride, that make water salty. Generating the pressure needed to do this sieving consumes about 4kWh per cubic metre. The Siemens system, by contrast, consumes 1.8kWh per cubic metre, and the firm hopes to get that down to 1.5kWh.
It works using a process called electrodialysis, in which the seawater is pumped into a series of channels walled by membranes that have slightly different properties from those used in reverse osmosis. Instead of passing water molecules, these membranes pass ions. Moreover, the membranes employed in electrodialysis are of two types. One passes positively charged ions and the other passes negatively charged ones. The two types alternate, so that each channel has one wall of each type. Two electrodes flanking the system of channels then create a voltage that pulls positively charged ions such as sodium in one direction and negatively charged ions such as chloride in the other.
The result is that the ions concentrate in half of the channels, creating a strong brine, while fresher water accumulates in the other half. As the brine emerges, it is thrown away. The fresher water is put through the same process twice more and eventually has its salt concentration reduced to 1%. That is not bad, but is still double what is potable. There is therefore one further step. This is to employ an ion-exchange resin in addition to the membranes. Such resins increase the electrical conductivity of the system and allow one more passage, bringing the salt concentration below 0.5%.
A demonstration plant has been operating since December, and a full-scale pilot plant should be completed by 2013. If all goes well, then, Singapore’s inhabitants will soon no longer feel like Coleridge’s ancient mariner—that there is water, water, everywhere, nor any drop to drink.
miércoles, septiembre 07, 2011
lunes, septiembre 05, 2011
Felipe Cubillos
Columna de Felipe Cubillos: “Soy un indignado”
Publicado el: Martes 30 de Ago de 2011
En la Categoría: En la Prensa, Novedades, destacado home
134 Comentarios
Pertenezco a ese grupo de chilenos que después del terremoto y tsunami del 27 de febrero de 2010 nos hemos dedicado a ayudar a levantar escuelas, jardines infantiles, botes de pescadores y comercios que fueron destruidos por la fuerza de la naturaleza. Hemos sido miles los que hemos dedicado nuestro mejor esfuerzo, nuestra pasión y nuestro compromiso en ayudar a volver a levantar a Chile. Lo hicimos desde la alegría y desde nuestra libertad.
Muchos lo hicimos donando a Teletón, Desafío Levantemos Chile, al Techo para Chile y a muchas organizaciones de la sociedad civil. Miles de jóvenes se volcaron a ayudar a miles de familias chilenas, y nos conmovimos con el sufrimiento, pero sobre todo nos cautivamos con el compromiso de tantos por reconstruir nuestra sociedad. Sabemos que todavía nos queda mucho por hacer.
Soy un indignado, porque trabajamos sin descanso para que ningún niño chileno perdiera su año escolar en 2010 y, junto a mucha gente, lo logramos. Pero, un año después, vemos que miles de nuestros jóvenes están a punto de perderlo.
Soy un indignado, porque logramos levantar escuelas caídas para que nuestros niños pudieran estudiar, pero, un año después, otros las queman.
Soy un indignado, porque trabajamos sin descanso para levantar los pequeños comercios devastados por el terremoto y tsunami para que los emprendedores se volvieran a levantar; pero, un año después, veo a cientos de comerciantes como ellos que sufren los destrozos de sus locales cada vez que hay una protesta callejera.
Soy un indignado, porque un joven inocente ha perdido su vida tan sólo por haber estado en el lugar y momento equivocados (mientras escribo esta columna nos acabamos de enterar de que la bala que mató al joven Manuel Gutiérrez salió del arma de un carabinero; ojalá tengamos la mesura para condenar un hecho puntual y no a una institución completa, pues si es así escalemos también hasta los organizadores de las protestas).
Soy un indignado, porque vimos cómo nuestros carabineros evitaban los saqueos en los días posteriores al terremoto, y ahora vemos cómo delincuentes, escondidos entre los estudiantes, los atacan sin piedad en cada protesta.
Soy un indignado porque, pese a todos los problemas que tenemos como sociedad, hemos tenido avances notables en las últimas décadas, y hoy nadie se atreve a reconocer su paternidad o maternidad.
Soy un indignado por esos pseudoempresarios que engañan a la gente, sobre todo a los más pobres, renegociándoles sus condiciones sin ni siquiera preguntarles.
Soy un indignado, porque conozco a muchos emprendedores de la educación subvencionada que, precisamente por hacerlo mejor que los colegios estatales (sí, los municipales, también son estatales), hoy día corren el riesgo de tener que cerrar sus colegios.
Soy un indignado, porque muchos de los parlamentarios de nuestro país han renunciado al liderazgo y responsabilidad que les otorgamos en las urnas.
Soy un indignado cuando veo al presidente del Colegio de Profesores defendiendo una supuesta calidad de la educación, cuando el gremio que preside se niega a evaluarse.
Soy un indignado, porque no estamos discutiendo las verdaderas y profundas razones de la pésima y desigual educación que les estamos entregando a nuestros jóvenes, quizás porque llevamos años usando a la educación como caballito de batalla de la política de turno.
Soy un indignado porque, salvo honrosas excepciones, hemos caído en la política de las encuestas y el Twitter, y hemos renunciado a defender las convicciones. ¿Qué tal si los políticos apagaran por unos días sus computadores y se dedicaran a defender sus convicciones?
Hoy día hablo por mí, y sólo por mí, porque además creo que no somos muchos los que en estos tiempos creemos en la libertad; sí, esa libertad para emprender, para equivocarse, para educar, para enseñar y para aprender.
Soy un convencido de que la derrota de la libertad no se debe a la fuerza de sus enemigos, sino que a la debilidad de sus defensores.
Publicado el: Martes 30 de Ago de 2011
En la Categoría: En la Prensa, Novedades, destacado home
134 Comentarios
Pertenezco a ese grupo de chilenos que después del terremoto y tsunami del 27 de febrero de 2010 nos hemos dedicado a ayudar a levantar escuelas, jardines infantiles, botes de pescadores y comercios que fueron destruidos por la fuerza de la naturaleza. Hemos sido miles los que hemos dedicado nuestro mejor esfuerzo, nuestra pasión y nuestro compromiso en ayudar a volver a levantar a Chile. Lo hicimos desde la alegría y desde nuestra libertad.
Muchos lo hicimos donando a Teletón, Desafío Levantemos Chile, al Techo para Chile y a muchas organizaciones de la sociedad civil. Miles de jóvenes se volcaron a ayudar a miles de familias chilenas, y nos conmovimos con el sufrimiento, pero sobre todo nos cautivamos con el compromiso de tantos por reconstruir nuestra sociedad. Sabemos que todavía nos queda mucho por hacer.
Soy un indignado, porque trabajamos sin descanso para que ningún niño chileno perdiera su año escolar en 2010 y, junto a mucha gente, lo logramos. Pero, un año después, vemos que miles de nuestros jóvenes están a punto de perderlo.
Soy un indignado, porque logramos levantar escuelas caídas para que nuestros niños pudieran estudiar, pero, un año después, otros las queman.
Soy un indignado, porque trabajamos sin descanso para levantar los pequeños comercios devastados por el terremoto y tsunami para que los emprendedores se volvieran a levantar; pero, un año después, veo a cientos de comerciantes como ellos que sufren los destrozos de sus locales cada vez que hay una protesta callejera.
Soy un indignado, porque un joven inocente ha perdido su vida tan sólo por haber estado en el lugar y momento equivocados (mientras escribo esta columna nos acabamos de enterar de que la bala que mató al joven Manuel Gutiérrez salió del arma de un carabinero; ojalá tengamos la mesura para condenar un hecho puntual y no a una institución completa, pues si es así escalemos también hasta los organizadores de las protestas).
Soy un indignado, porque vimos cómo nuestros carabineros evitaban los saqueos en los días posteriores al terremoto, y ahora vemos cómo delincuentes, escondidos entre los estudiantes, los atacan sin piedad en cada protesta.
Soy un indignado porque, pese a todos los problemas que tenemos como sociedad, hemos tenido avances notables en las últimas décadas, y hoy nadie se atreve a reconocer su paternidad o maternidad.
Soy un indignado por esos pseudoempresarios que engañan a la gente, sobre todo a los más pobres, renegociándoles sus condiciones sin ni siquiera preguntarles.
Soy un indignado, porque conozco a muchos emprendedores de la educación subvencionada que, precisamente por hacerlo mejor que los colegios estatales (sí, los municipales, también son estatales), hoy día corren el riesgo de tener que cerrar sus colegios.
Soy un indignado, porque muchos de los parlamentarios de nuestro país han renunciado al liderazgo y responsabilidad que les otorgamos en las urnas.
Soy un indignado cuando veo al presidente del Colegio de Profesores defendiendo una supuesta calidad de la educación, cuando el gremio que preside se niega a evaluarse.
Soy un indignado, porque no estamos discutiendo las verdaderas y profundas razones de la pésima y desigual educación que les estamos entregando a nuestros jóvenes, quizás porque llevamos años usando a la educación como caballito de batalla de la política de turno.
Soy un indignado porque, salvo honrosas excepciones, hemos caído en la política de las encuestas y el Twitter, y hemos renunciado a defender las convicciones. ¿Qué tal si los políticos apagaran por unos días sus computadores y se dedicaran a defender sus convicciones?
Hoy día hablo por mí, y sólo por mí, porque además creo que no somos muchos los que en estos tiempos creemos en la libertad; sí, esa libertad para emprender, para equivocarse, para educar, para enseñar y para aprender.
Soy un convencido de que la derrota de la libertad no se debe a la fuerza de sus enemigos, sino que a la debilidad de sus defensores.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)