HUELGA MINERA
HUELGA MINERA (1984)
Resumen tomado del libro “Los Años en Downing Street “, Margaret Thatcher, 1993.
En el mejor momento de la industria del carbón, en vísperas de la I Guerra Mundial, daba trabajo a más de un millón de hombres en más de tres mil minas, y la producción alcanzaba los 292 millones de toneladas. A partir de ese momento, su declive fue ininterrumpido y las relaciones entre mineros y propietarios fueron frecuentemente amargas. Tras la guerra, sucesivos gobiernos se vieron arrastrados, cada vez más profundamente, a la tarea de racionalizar y regular la industria del carbón. Finalmente, en 1946, el Gobierno Laborista de posguerra acabó nacionalizándola. En los años setenta, la minería del carbón había llegado a simbolizar lo que funcionaba mal en Gran Bretaña. En Febrero de 1972, la simple presión numérica de los piquetes encabezados por Arthur Scargill obligó a cerrar el depósito de coque de Saltley en Birmingham. El acceso del señor Scargill a la presidencia del sindicato a finales de 1981 representó un hito significativo. Tanto el poder de la NUM (Sindicato Nacionel de Mineros, siglas en ingles) como el temor que inspiraba, quedaban en manos de aquellos cuyos objetivos eran descaradamente políticos. Quedó fundamentalmente en manos de Nigel Lawson, ministro de Energía desde Septiembre de 1981, la tarea de acumular, de manera continua y del modo menos provocador posible, las reservas de carbón precisas para permitir al país hacer frente a una huelga minera. Era esencial que las reservas de carbón se almacenaran en las centrales energéticas y no en las minas, donde los piquetes de mineros podían hacer imposible su traslado. En términos económicos, las razones para cerrar algunas minas seguían siendo abrumadoras. Incluso los laboristas lo habían reconocido: el Gobierno Laborista había cerrado 32 minas entre 1974 y 1979. No obstante, el señor Scargill negaba la necesidad económica de estos cierres. Mantenía que no debía cerrarse ni una sola mina a menos que estuviera literalmente agotada y, de hecho, negaba la existencia de “minas no rentables”.
Los términos acordados en Enero de 1984 eran extremadamente generosos: se pagaría la suma de 1.000 libras por cada año de trabajo. El programa estaría en vigor tan sólo dos años, por lo que un trabajador que hubiera pasado toda su vida laboral en las minas obtendría más de treinta mil libras. MacGregor proponía 20.000 rescisiones de contrato para el año siguiente (1984-1985). Confiábamos en que fuera posible alcanzar esta cifra sin que nadie se viera obligado a abandonar las minas contra su voluntad. Se cerrarían alrededor de veinte minas y la capacidad de producción anual se vería reducida en 4 millones de toneladas al año. Mientras continuaban las conversaciones, empezaron a volar acusaciones sobre una “lista negra” de minas a cerrar. La retórica de los líderes de la NUM se alejaba cada vez más de la realidad (en especial, de la realidad económica de que la industria del carbón recibía 1.300 millones de libras en subvenciones salidas del bolsillo de los contribuyentes en 1983-1984). Daba la impresión de que el señor Scargill estaba preparando a sus tropas para ir a la guerra. No obstante, el sindicato tenía como tradición solicitar el voto de sus miembros antes de emprender una huelga, y existían buenos motivos para pensar que el señor Scargill no obtendría la mayoría necesaria (55 por ciento) para convocar una huelga nacional en un futuro inmediato.
El Jueves 1 de Marzo la NCB (Junta Nacional del Carbón) anunció el cierre de la mina de Cortonwood en el estado de York. Como protesta ante la medida, y basando su autoridad en una votación local realizada dos años antes, la ejecutiva del sindicato minero del área de York (de donde era originario Scargill), caracterizada por su radicalismo, convocó una huelga. Aquel mismo día la NUM escocesa convocó una huelga a partir del 12 de Marzo. Durante las dos semanas siguientes cayó sobre las áreas mineras el peso brutal de las tropas de choque de los sindicatos y, por un momento, pareció que la racionalidad y la decencia quedarían aplastadas. El primer día de conflicto había 83 minas funcionando y 81 cerradas. En 10 de éstas, según me comunicaron, el trabajo se había interrumpido más a causa de los piquetes que por el deseo de sumarse a la huelga. A final del día, el número de minas en las que se había suspendido el trabajo había llegado casi a cien . El Miércoles por la mañana sólo seguían trabajando con normalidad 29 minas. En aquel momento del conflicto, la violencia estaba centrada en Nottingham, donde los piquetes volantes del condado de York luchaban denodadamente por asegurarse una victoria rápida. No obstante, los trabajadores de Nottingham siguieron adelante con su votación y aquel Viernes los resultados de ésta mostraron que un 73 por ciento estaba en contra de la huelga. Las votaciones por zonas realizadas el siguiente día en las minas del centro, noroeste y nordeste de Inglaterra se saldaron también con una gran mayoría en contra de la huelga. En total, de los 70.000 mineros que votaron más de 50.000 lo hicieron a favor de seguir trabajando. A comienzos de la huelga, Michael Havers ( Attorney-General for England and Wales and Northern Ireland) hizo una lúcida declaración en una respuesta escrita a la Cámara de los Comunes, en la que exponía el alcance del poder policial para hacer frente a los piquetes, incluyendo la capacidad (mencionada anteriormente) de hacerles retroceder antes de llegar a su destino, cuando existen razones suficientes para pensar que puede producirse una alteración del orden. Para que la ley y el orden prevalezcan es vital que actos criminales tan visibles como los que se produjeron durante la huelga sean castigados rápidamente: el pueblo necesita ver que la ley funciona.
Al llegar la última semana de Marzo la situación estaba ya bastante clara. No parecía nada probable que se pudiera poner un fin rápido a la huelga. En la mayor parte de las minas, la fuerza del señor Scargill y de sus colegas era muy grande, y no sería fácil vencerles. Sin embargo, cuando a lo largo de los dos años anteriores elaborábamos nuestros planes ante la eventualidad de que surgiera un conflicto similar, no habíamos contado con que se fuese a extraer nada de carbón en caso de huelga; pero, de hecho, una parte sustancial de la industria del carbón seguía en activo. Si conseguíamos trasladar el carbón extraído hasta las centrales térmicas, multiplicaríamos nuestra capacidad de resistencia. Cuando sir Robert Day me entrevistó en el programa Panorama el Lunes 9 de Abril, defendí firmemente la actuación de la policía durante los enfrentamientos: La policía defiende la ley, no al Gobierno. Éste no es un enfrentamiento entre los mineros y el Gobierno, es una disputa entre mineros […]. La policía tiene a su cargo la defensa de la ley… y lo ha hecho espléndidamente. Pocos días más tarde la policía se encontró en un frente de combate diferente.
El 17 de Abril, mientras vigilaba una manifestación pacífica, la agente de policía Yvonne Fletcher fue abatida en St. James Square por fuego de ametralladora procedente de la Embajada de Libia. Todo el país quedó sobrecogido. A pesar de ello, el señor Scargill entró en contacto con funcionarios libios. Un miembro de la NUM llegó incluso a entrevistarse con el Coronel Gaddafi con la esperanza de obtener dinero para seguir adelante con la huelga. Parecía como si existiera una insondable alianza entre aquellas dos fuerzas del desorden. Había signos de que muchos mineros estaban perdiendo su entusiasmo inicial y empezaban a cuestionar las previsiones del señor Scargill sobre la capacidad de resistencia de las centrales térmicas. Los líderes sindicales respondieron incrementando las asignaciones que pagaban a los piquetes (no pagaban nada a los huelguistas que no participaban en ellos) y reclutando gente ajena a los mineros para la tarea. Se produjo una escalada generalizada de la violencia. Evidentemente, la táctica consistía en lograr la máxima sorpresa, concentrando en un plazo muy breve de tiempo a un gran número de piquetes en una mina determinada. Hay personas que están utilizando la violencia y la intimidación para imponer su voluntad a otros. Están fracasando por dos motivos: en primer lugar gracias a nuestra magnífica fuerza policial, que está bien entrenada para cumplir con su deber valerosa e imparcialmente. En segundo lugar porque, en su inmensa mayoría, las personas de este país son ciudadanos honrados, decentes y respetuosos de la ley, que desean que ésta sea acatada y se niegan a dejarse intimidar. Rindo tributo al valor de quienes han acudido al trabajo atravesando los piquetes […] El imperio de la ley debe prevalecer sobre el de la violencia. El objetivo de las intimidaciones no eran sólo los mineros que iban al trabajo; también corrían peligro sus esposas e hijos.
El Martes 31 de julio hablé en un debate de la Cámara de los Comunes. No me anduve con rodeos: El Partido Laborista es un Partido que apoya todas las huelgas, sea cual sea su pretexto y por dañina que resulte. Pero, por encima de todo, es el apoyo del Partido Laborista a los mineros en huelga frente a los mineros que desean seguir trabajando lo que priva definitivamente de toda credibilidad a su afirmación de que representa los verdaderos intereses de la población trabajadora en este país. A continuación me dirigí a Neil Kinnock: El líder de la oposición no dijo una palabra respecto a la necesidad de una votación hasta que la NUM cambió sus normas, rebajando la mayoría necesaria. Acto seguido declaró ante la Cámara que una votación a nivel nacional del sindicato minero era una perspectiva más clara y próxima. Esto ocurrió el 12 de Abril, la última vez que le hemos oído hablar del tema. Pero el 14 de Julio apareció en un mitin de la NUM y dijo: “No hay más alternativa que la lucha: todos los demás caminos están cerrados”. ¿Qué ha sido de la votación? No hubo respuesta alguna. Finalmente, el Martes 7 de Agosto, dos mineros de Yorkshire denunciaron a la rama local de la NUM ante el Tribunal Supremo por convocar una huelga sin votación previa. Esto fue el golpe decisivo, y tuvo como consecuencia última el embargo de la totalidad de los bienes del sindicato minero. Un indicador del grado de frustración al que habían llegado los sindicalistas militantes fue el aumento de la violencia contra los mineros que continuaban trabajando y sus familias. En opinión de la policía se había producido, al parecer, un cambio de táctica por parte de los líderes de la NUM: desalentados por el fracaso de los piquetes, parecían haber decidido emprender una guerra de guerrillas basada en las amenazas a las personas y las empresas. Los mineros esperaban con ansia el invierno, cuando la demanda de electricidad alcanza su techo y la probabilidad de restricciones aumenta. A comienzos de Septiembre, en la Conferencia de la TUC( Congreso de Sindicatos), la mayoría de los sindicatos —con la fuerte oposición de los trabajadores del sector eléctrico y energético— se comprometieron a apoyar a los mineros, aunque en la mayor parte de los casos no tenían intención alguna de hacerlo. Mientras tanto, el señor Scargill reafirmaba su punto de vista de que no existía el concepto de “pozos no rentables”; tan sólo existían explotaciones en las que no se habían realizado las inversiones necesarias. Era crucial para el futuro de la industria del carbón, y para el del propio país, rebatir de forma palmaria y pública la afirmación de la NUM de que no debían cerrarse los pozos no rentables, y que quedara desacreditado de una vez por todas el recurso a la huelga con fines políticos.
Fue también en Septiembre cuando conocí personalmente a algunas de las integrantes de la campaña “Vuelta al trabajo”, emprendida por las esposas de los mineros. Sus representantes vinieron a verme al Número 10 de Downing Street y me sentí conmovida por el valor de aquellas mujeres, cuyas familias se veían sometidas a todo tipo de abusos y amenazas. Me dijeron que la mayor parte de los mineros seguía sin comprender hasta donde llegaba la oferta salarial y los planes de inversión de la NCB: había que hacer mayores esfuerzos para hacer llegar su mensaje a los mineros en huelga, muchos de los cuales dependían de la NUM para obtener su información . Me confirmaron que mientras continuaran las conversaciones entre la NCB y la NUM, o hubiera perspectivas de que se reanudasen, resultaría extremadamente difícil convencer a los hombres para que volvieran al trabajo. Me explicaron el chantaje al que se habían visto sometidas pequeñas tiendas de las zonas mineras para que suministraran mercancías y alimentos a los mineros en huelga, y como estos productos estaban siendo retenidos para que no llegaran hasta los mineros que continuaban trabajando. Tal vez lo más chocante de todo lo que escuché fue que, en algunas áreas, los gestores locales de la NCB no estaban particularmente ansiosos por promover una vuelta al trabajo y que, en un área en particular, estaban tomando partido activamente en favor de la NUM para que no se produjera. En aquella industria excesivamente impregnada de política sindical nada me parecía ya imposible. Por supuesto, lo vital para aquellas mujeres era que la NCB hiciera todo lo posible por proteger a los mineros que habían encabezado la vuelta al trabajo, transfiriéndoles en caso necesario a otros pozos donde hubiera menos militancia sindicalista, y dándoles prioridad en las solicitudes de extinción de contrato. Les dije que no les abandonaríamos —y creo que cumplí mi palabra— y que todo el país estaba en deuda con ellos. La señora McGibbon, esposa de un minero de Kent que continuaba trabajando, intervino en la conferencia del Partido Conservador describiendo las amargas experiencias que habían sufrido ella y su familia. La vileza de las tácticas de los huelguistas no conocía límite. Incluso sus hijos pequeños se habían convertido en su objetivo: les habían amenazado con que sus padres morirían. Poco después de su intervención, el Morning Star publicó su dirección. Una semana más tarde su hogar fue atacado. El 11 de Septiembre se constituyó un Comité Nacional de Mineros partidarios de la vuelta al trabajo (National Working Miners’ Committee).
El Domingo 28 de Octubre el Sunday Times reveló que un miembro de la NUM había visitado Libia y había apelado personalmente al coronel Gaddafi, pidiéndole apoyo. A comienzos de Octubre, él mismo Scargill (viajando con el alias de Mr. Smith) había visitado París, acompañado por su colega Roger Windsor, para entrevistarse con representantes del sindicato comunista francés, la CGT. En la reunión estuvo presente un libio que, según el señor Scargill afirmó posteriormente, era un representante de los sindicalistas de aquel país (una rara especie sin duda, ya que el coronel Gaddafi había disuelto todos los sindicatos tras su acceso al poder en 1969). Parece probable que Gaddafi hiciera una donación a la NUM. Aunque no se sabe cuál fue su importe, se ha sugerido una suma de 150.000 libras. La visita del señor Windsor a Libia fue una continuación de la reunión de París. Está demostrado más allá de toda duda que la NUM recibió también una aportación procedente de otra fuente igualmente improbable: los inexistentes “sindicatos” de Afganistán, por aquel entonces controlado por los soviéticos. En Septiembre habían empezado a aparecer informes de que la NUM estaba recibiendo ayuda de los mineros soviéticos
La NCB aprovechó el momento para lanzar una campaña en favor de la vuelta al trabajo. Se anunció que los mineros que se reintegrasen antes del Llunes 19 de Noviembre recibirían una sustanciosa bonificación de Navidad. Justo después de realizarse la oferta, volvieron al trabajo 2.203 mineros, seis veces más que la semana anterior. Yo era más consciente de las dificultades que planteaba. Manifesté que existían tres principios a los que debíamos mantenernos fieles. En primer lugar, toda conversación sobre el futuro de la industria debía tener lugar tras la vuelta al trabajo. Además, no debía acordarse nada que socavara la posición de los mineros que habían seguido trabajando. Por último, era esencial impedir que la NUM afirmara que el programa de cierre de pozos había sido retirado o incluso que no habría cierres mientras duraran las negociaciones. Tenía que quedar bien claro que la NCB era libre de emplear el procedimiento de revisión de minas ya existente con arreglo a las modificaciones previstas en el acuerdo con la NACODS (The National Association of Colliery Overmen, Deputies and Shotfirers,Asociasion Nacional de minas del carbon, diputados y dinamiteros) ). Al acabar el año, nuestro principal objetivo era favorecer la reincorporación de los mineros al trabajo a partir del 7 de Enero, primer Lunes laborable del nuevo año. Según avanzaba el mes de Enero, el ritmo fue en aumento. A mediados de mes, casi 75.000 miembros del sindicato minero habían abandonado la huelga y el ritmo de vuelta al trabajo se aproximaba ya a los 2.500 trabajadores a la semana. Estaba claro que el fin estaba cerca.
Scargill seguía afirmando en público que no estaba dispuesto a aceptar el cierre de pozos por motivos económicos. Me reuní con Norman Willis y otros líderes sindicales en el Número 10, la mañana del Martes 19 de Febrero. Por parte del Gobierno me acompañaban Willie Whitelaw, Peter Walker y Tom King. La reunión se desarrolló en un ambiente cordial. Norman Willis hizo una exposición muy ajustada a la realidad sobre la posición negociadora de la NUM. Como respuesta, dijo que apreciaba los esfuerzos de la TUC. También yo deseaba que la huelga se resolviera lo antes posible, pero esto exigía una clara solución a las cuestiones básicas del conflicto. Una resolución eficaz del conflicto requería una clara comprensión de cuáles eran los procesos pertinentes para proceder al cierre de los pozos, el reconocimiento del derecho de la NCB a gestionarlos y tomar las decisiones finales, y la aceptación de que la Junta tomaría en consideración el rendimiento económico de los pozos a la hora de decidir. Resultaba ya evidente para los mineros y la opinión pública en general que la TUC no estaba dispuesta a impedir que los acontecimientos siguieran su curso, ni tenía capacidad para hacerlo. Los mineros estaban volviendo al trabajo en gran número y el ritmo iba en aumento. El Miércoles 27 de Febrero se alcanzó la cifra mágica: más de la mitad de los afiliados a la NUM habían abandonado ya la huelga.
El Domingo 3 de Marzo, en una conferencia de delegados de la NUM, se votó a favor de la vuelta al trabajo, en contra de los consejos de Scargill. Así ocurrió, a lo largo de los días siguientes, incluso en las zonas de mayor militancia. Aquel Domingo concedí una entrevista a los periodistas en el exterior del Número 10. A la pregunta de quién había ganado, si es que había ganado alguien, repliqué: Si alguien ha ganado han sido los mineros que permanecieron en el trabajo, los estibadores que permanecieron en el trabajo, los trabajadores del sector de la energía que permanecieron en el trabajo, los conductores de camiones que permanecieron en el trabajo, los ferroviarios que permanecieron en el trabajo y los directivos que permanecieron en el trabajo. En otras palabras, toda la gente que hizo que las ruedas de Gran Bretaña siguieran girando y que, a pesar de la huelga, logró una producción global récord en el país el año pasado. Ha sido toda la población trabajadora de Gran Bretaña la que ha mantenido en marcha el país. Así terminó la huelga. Había durado casi exactamente un año.
La huelga estableció sin lugar a dudas la evidencia de que la industria del carbón británica no podía ser inmune a las fuerzas económicas, que se aplican tanto en el sector público como en el privado. A pesar de las fuertes inversiones, el carbón británico ha sido incapaz de competir en los mercados mundiales y, como resultado, la industria británica del carbón ha sufrido un declive aún mayor de lo que ninguno de nosotros había previsto en tiempos de la huelga. Con todo, el conflicto minero siempre tuvo motivos que iban mucho más allá del problema de los pozos no rentables. Fue una huelga política, y por ello su resultado tuvo un alcance que trascendía con mucho la esfera económica. Desde 1972 a 1985, la opinión al uso mantenía que Gran Bretaña sólo era gobernable con el consentimiento de los sindicatos. Ningún Gobierno podía realmente sobrevivir a una huelga importante, especialmente a una huelga del sindicato minero —y menos aún salir victorioso. Incluso cuando estábamos introduciendo reformas en las leyes sindicales, superando conflictos menores como la huelga de las acerías, mucha gente, y no solo de izquierda, seguía pensando que los mineros tenían en su mano el veto definitivo, y que algún día lo utilizarían. El día de la confrontación había llegado y había tocado a su fin. Nuestra determinación de hacer frente a la huelga animó a los sindicalistas de a pie a hacer frente a los activistas de la organización. Lo que el resultado de la huelga dejó perfectamente claro fue que la izquierda fascista no conseguiría hacer ingobernable Gran Bretaña. Los marxistas querían desafiar las leyes del país con el fin de desafiar las leyes de la economía. Fracasaron y, al hacerlo, demostraron hasta qué punto son mutuamente interdependientes una economía libre y una sociedad libre. Es una lección que nadie debería olvidar.