sábado, marzo 30, 2019

La caída de Ezzati, la caída De la Iglesia. 30 de marzo de 2019. Francisco José Covarrubias. El Mercurio.

Ricardo Ezzati pudo ser Papa. Se supone que después de Benedicto XVI tenían que elegir a alguien que tuviera mucha vinculación con Latinoamérica. Y si era italiano, mejor. Ezzati cuadraba perfecto. Lo único que faltaba era que lo nombraran cardenal a tiempo para poder ser elegido, pero la cosa se atrasó. O más bien Ratzinger se adelantó en dimitir. Así, el hombre que soñaba con ser Papa terminó en Santiago, y esta semana terminó su carrera eclesiástica. Y terminó mal.
La justicia determinará la responsabilidad de Ezzati. Las instituciones terrenales deberán funcionar. Pero lo cierto es que el problema de la Iglesia Católica es mucho más profundo que Ezzati.
Varios son los motivos.
En primer lugar, "el contexto". Hoy las sociedades son cada vez menos religiosas. El avance de la ciencia y la mayor instrucción de la gente han hecho que las tasas de creencia en Dios hayan bajado sostenidamente. Y si bien en Chile mayoritariamente la gente sigue siendo creyente, la tasa ha bajado sostenidamente. De acuerdo a la encuesta CEP, ello bajó en Chile de 88% a 80% en diez años y la tendencia en Europa es mucho más acelerada. Así, por ejemplo, en Alemania el 45% de las personas de entre 16 y 29 años admite no ser creyente, el 64% en Francia y el 70% en Inglaterra. Es decir, ante todo, las religiones en general se desarrollan en un contexto que es cada vez más adverso. Y eso es una primera realidad.
En segundo lugar, "los tiempos". Si bien la Iglesia Católica tuvo un aggiornamento en 1962 con el Concilio Vaticano II, los vientos de cambio incrementaron su velocidad con el paso de los años. Y pese a que el Concilio acercó la religión al feligrés, pasando de un Dios "castigador" a un Dios "ciudadano", ello no fue suficiente. En especial cuando la vida principesca de la curia no tiene nada que ver con el personaje inspirador que es Jesucristo. Ello se incrementa en los últimos años con la puesta en evidencia del rol absolutamente secundario que tiene la mujer al interior de ella. Y si a eso se agrega el "cierre de puertas" a la cada vez más grande masa de divorciados y el rechazo profundo -paradójicamente- a los gays, hace que no solo el contexto sino que los tiempos conspiren en su contra.
En tercer lugar, "la política". En tiempos de redes sociales y de una sociedad más igualitaria se hace difícil sostener la existencia de una monarquía absoluta y, más complejo aún, la intermediación exclusiva de Dios. Cuando Lutero enarboló sus 95 tesis expresó una frase que sería premonitoria: "Todos somos pastores", para -precisamente- expresar que la Iglesia no podía tener la llave exclusiva de la salvación. En la época de Twitter y WhatsApp, en que el empoderamiento de la gente en los distintos ámbitos de la vida pública y privada se ha incrementado sostenidamente, ello conspira fuertemente contra la religión católica.
En cuarto lugar, "el monopolio". En un pasaje no tan conocido de la "Riqueza de las Naciones" de Adam Smith se habla de la importancia de que exista competencia entre las distintas religiones, ya que ello permitiría una mayor tolerancia en la sociedad. Y, en el fondo, los privilegios y prebendas como "religión oficial" que ha tenido la Iglesia le terminaron pasando la cuenta, como a la mayor parte de los monopolios. La no renovación de su institucionalidad dio pie para que la corrupción irrumpiera con fuerza en todos sus estamentos.
En quinto lugar, los abusos. O sea, en el problema de la Iglesia los abusos aparecen recién en el quinto lugar. Y son consecuencia de todo lo anterior. No se trata de que "deficiencias pueden haber habido", como dijo Ezzati en una entrevista, sino que ello forma parte estructural de la organización, donde entre abusadores, encubridores y quienes no quisieron ver suman casi el 100%. Este problema se ve incrementado, aunque no sea la única causa, por el celibato que le anula la sexualidad al clero, lo cual termina manifestándose -como hemos visto- en los más débiles, de la mano de "guías espirituales" y "confesiones" que las facilitan.
Son tantos los casos de abusos en Chile y en el mundo, que no se puede personificar el problema en Ezzati ni en Errázuriz. Su forma de actuar, absolutamente condenable, no era más que la vieja usanza hasta ayer en la tarde. Si a Ezzati no lo hubieran nombrado obispo de Santiago en 2010 y hubieran nombrado a otro, ahora estaríamos hablando del otro. Tal como hemos hablado de muchos fundadores de congregación, de muchos obispos y de muchos sacerdotes.
Lo que ha ocurrido en estos años no es más que la muestra más palpable de que la alfombra se hizo demasiado chica como para seguir metiendo cosas debajo y, como en el mito de la caja de Pandora, hemos visto salir todos los males juntos siendo casi imposible volver atrás.
Así, el problema no es solo Karadima. No es solo Errázuriz. No es solo Ezzati. No son solo los abusos puntuales. El problema de la Iglesia Católica es más profundo y estructural. Tal vez, lo único que le sirva de consuelo es aquella frase de Sartre de que "nunca las noticias son malas para los elegidos de Dios".
LA JUSTICIA DETERMINARÁ LA RESPONSABILIDAD DE EZZATI. LAS INSTITUCIONES TERRENALES DEBERÁN FUNCIONAR.
FRANCISCO JOSÉ COVARRUBIAS

domingo, marzo 24, 2019

Blockchain isn't about democracy and decentralisation – it's about greed | Nouriel Roubini Nouriel RoubiniMon 15 Oct 2018 11.20 BST


With the value of bitcoin having fallen by about 70% since its peak late last year, the mother of all bubbles has now gone bust. More generally, cryptocurrencies have entered a not-so-cryptic apocalypse. The value of leading coins such as Ether, EOS, Litecoin and XRP have all fallen by over 80%, thousands of other digital currencies have plummeted by 90%-99%, and the rest have been exposed as outright frauds. No one should be surprised by this: four out of five initial coin offerings (ICOs) were scams to begin with.
Faced with the public spectacle of a market bloodbath, boosters have fled to the last refuge of the crypto scoundrel: a defence of “blockchain,” the distributed-ledger software underpinning all cryptocurrencies. Blockchain has been heralded as a potential panacea for everything from poverty and famine to cancer. In fact, it is the most overhyped – and least useful – technology in human history.
In practice, blockchain is nothing more than a glorified spreadsheet. But it has also become the byword for a libertarian ideology that treats all governments, central banks, traditional financial institutions, and real-world currencies as evil concentrations of power that must be destroyed. Blockchain fundamentalists’ ideal world is one in which all economic activity and human interactions are subject to anarchist or libertarian decentralisation. They would like the entirety of social and political life to end up on public ledgers that are supposedly “permissionless” (accessible to everyone) and “trustless” (not reliant on a credible intermediary such as a bank).
Yet far from ushering in a utopia, blockchain has given rise to a familiar form of economic hell. A few self-serving white men (there are hardly any women or minorities in the blockchain universe) pretending to be messiahs for the world’s impoverished, marginalised and unbanked masses claim to have created billions of dollars of wealth out of nothing. But one need only consider the massive centralisation of power among cryptocurrency “miners,” exchanges, developers and wealth holders to see that blockchain is not about decentralisation and democracy; it is about greed.
For example, a small group of companies – mostly located in such bastions of democracy as Russia, Georgia and China – control between two-thirds and three-quarters of all crypto-mining activity and all routinely jack up transaction costs to increase their fat profit margins. Apparently, blockchain fanatics would have us put our faith in an anonymous cartel subject to no rule of law, rather than trust central banks and regulated financial intermediaries.
A similar pattern has emerged in cryptocurrency trading. Fully 99% of all transactions occur on centralised exchanges that are hacked on a regular basis. And, unlike with real money, once your crypto wealth is hacked, it is gone forever.
Moreover, the centralisation of crypto development – for example, fundamentalists have named Ethereum creator Vitalik Buterin a “benevolent dictator for life” – already has given lie to the claim that “code is law,” as if the software underpinning blockchain applications is immutable. The truth is that the developers have absolute power to act as judge and jury. When something goes wrong in one of their buggy “smart” pseudo-contracts and massive hacking occurs, they simply change the code and “fork” a failing coin into another one by arbitrary fiat, revealing the entire “trustless” enterprise to have been untrustworthy from the start.
Lastly, wealth in the crypto universe is even more concentrated than it is in North Korea. Whereas a Gini coefficient of 1.0 means that a single person controls 100% of a country’s income/wealth, North Korea scores 0.86, the rather unequal United States scores 0.41 and bitcoin scores an astonishing 0.88.
As should be clear, the claim of “decentralisation” is a myth propagated by the pseudo-billionaires who control this pseudo-industry. Now that the retail investors who were suckered into the crypto market have all lost their shirts, the snake-oil salesmen who remain are sitting on piles of fake wealth that will immediately disappear if they try to liquidate their “assets”.
As for blockchain itself, there is no institution under the sun – bank, corporation, non-governmental organisation or government agency – that would put its balance sheet or register of transactions, trades and interactions with clients and suppliers on public decentralised peer-to-peer permissionless ledgers. There is no good reason why such proprietary and highly valuable information should be recorded publicly.
Moreover, in cases where distributed-ledger technologies – so-called enterprise DLT – are actually being used, they have nothing to do with blockchain. They are private, centralised and recorded on just a few controlled ledgers. They require permission for access, which is granted to qualified individuals. And, perhaps most important, they are based on trusted authorities that have established their credibility over time. All of which is to say, these are “blockchains” in name only.
It is telling that all “decentralised” blockchains end up being centralised, permissioned databases when they are actually put into use. As such, blockchain has not even improved upon the standard electronic spreadsheet, which was invented in 1979.
No serious institution would ever allow its transactions to be verified by an anonymous cartel operating from the shadows of the world’s authoritarian kleptocracies. So it is no surprise that whenever “blockchain” has been piloted in a traditional setting, it has either been thrown in the trash bin or turned into a private permissioned database that is nothing more than an Excel spreadsheet or a database with a misleading name.
 Nouriel Roubini, a professor at NYU’s Stern School of Business and CEO of Roubini Macro Associates, was Senior Economist for International Affairs in the White House’s Council of Economic Advisers during the Clinton Administration. He has worked for the International Monetary Fund, the US Federal Reserve, and the World Bank.
 Brunello Rosa is co-founder and CEO at Rosa & Roubini Associates, and a research associate at the Systemic Risk Centre at the London School ofEconomics.