jueves, septiembre 05, 2013

Visión editorial de El Mercurio a 40 años del fin de la UP

Editorial Jueves 05 de septiembre de 2013

Un país diferente

Las privaciones y frustraciones que sufría la sociedad chilena hace cuatro décadas ayudan a explicar las pasiones y aberraciones de la vida política de entonces, aunque no las justifican...         Han sido educativos varios de los reportajes de prensa y los programas de televisión sobre los sucesos de 40 años atrás. Es útil la reflexión histórica para entender mejor el presente y procurar un futuro sin los errores del pasado. Son estremecedoras las escenas de violencia, tanto previas como posteriores al golpe militar del 11 de septiembre. En un obvio intento de aprovechamiento político, algunos postulan que las protestas estudiantiles recientes son la versión contemporánea de las luchas callejeras que nos muestran las fotografías y filmaciones de entonces. Pero, más allá de uno que otro detalle en el entorno, lo que esas imágenes no pueden revelar es que el Chile de hoy es ya tan distinto del de comienzos de los años 70 como si fuese otro país.

Los indicadores macroeconómicos son perentorios. Lo que el IPC sube hoy a lo largo de todo un año, en 1973 lo hacía en menos de una semana. El ingreso promedio de los chilenos es hoy casi 3 veces superior al de 1970-73, medido en moneda de poder adquisitivo comparable. Ninguna otra de las mayores economías latinoamericanas muestra un desarrollo semejante. De hecho, en 1973 nuestro ingreso per cápita era 57% inferior al de Venezuela, 46% al de Argentina, 44% al de México, 18% al de Perú y 16% al de Brasil. Hoy los superamos a todos.

Podría alguien pensar que el progreso se circunscribe a lo económico, pero no es así. Por ejemplo, la mortalidad infantil era a comienzos de los años 70 similar a la de México y muy superior a la de Argentina, Uruguay y Venezuela; hoy es inferior a la de todos esos países. Algo semejante se observa en la esperanza de vida al nacer: 4 décadas atrás, en 9 países latinoamericanos la gente vivía más allá de los 60 años que, en promedio, lográbamos nosotros; hoy, con 79 años de vida, somos los más longevos, junto a Costa Rica y Cuba. Nuestros avances en alfabetización y escolaridad son también notables: en promedio los chilenos estudian hoy el doble de tiempo que en el pasado, la cobertura de educación media es casi plena y el número de estudiantes de educación superior se ha multiplicado por 6.

Suele plantearse que nuestros avances han sido a expensas de una mayor desigualdad y que Chile sería uno de los países de mayores diferencias de ingresos en América Latina. Eso no es efectivo. Desde luego, los mejoramientos en salud y educación han beneficiado más a quienes tenían menos y, según Cepal, la pobreza ha descendido desde 45 a 10% en los últimos 25 años. Otro tanto ocurre con la disponibilidad y calidad de los servicios básicos. Por ejemplo, en 1973 solo un tercio de los hogares tenía alcantarillado, y dos tercios agua potable. Hoy la cobertura de ambos servicios es de 96 y 99%, respectivamente. La disparidad en la distribución de la renta, medida según el coeficiente Gini, es comparativamente alta, pero luego de haberse incrementado durante el gobierno militar, ha ido descendiendo paulatinamente, y en los últimos tres años es levemente inferior a lo que fue en 1970-73. En cualquier caso, una vez que se hacen las correcciones metodológicas para que las mediciones sean comparables, no es cierto que la desigualdad de ingresos en Chile sea una de las mayores del continente, sino todo lo contrario.

Las privaciones y frustraciones que sufría la sociedad chilena hace cuatro décadas ayudan a explicar las pasiones y aberraciones de la vida política de entonces, aunque no las justifican. Los progresos económicos y sociales conseguidos muestran que, más allá de errores y rudezas, las duras reformas emprendidas, algunas de las cuales aún resultan impopulares, finalmente dieron buen fruto. No es por autocomplacencia que hay que recordar cómo estábamos hace 40 años y apreciar la distancia recorrida, porque todavía Chile tiene mucho más que avanzar para llegar a ser un país próspero y justo: es para no desandar camino y para asegurarnos de que construimos sobre lo ya edificado.