domingo, septiembre 30, 2012

Henrique and Hugoliath (The Economist)


IMAGINE an election in which the incumbent routinely commandeers the nation’s airwaves for endless campaign broadcasts while his opponent gets just three minutes a day. The incumbent uses all the resources of the state—money, vehicles, buildings—for his campaign, and he has branded state social-welfare programmes as his own personal gift. He controls the courts and the electoral authority. His opponent’s supporters fear that the ballot is not secret, and that for those of them who work in the public sector, voting against the incumbent could cost them their jobs. That is Venezuela’s presidential ballot on October 7th. No wonder that Henrique Capriles, the opposition candidate, calls the contest between himself and Hugo Chávez, who has ruled Venezuela for almost 14 years, one of David against Goliath, and that one of his allies says that the election will be “free but not fair”.

Yet despite all these unfair advantages, Goliath is threatened. Although he rules as an autocrat and has hollowed out Venezuela’s democracy, Mr Chávez’s legitimacy derives from the ballot box. That is both his greatest strength—and his biggest potential weakness. Unlike his idol, Fidel Castro, Mr Chávez has regularly held himself accountable to the voters, and so far always prevailed. There are two main reasons for that. Even his biggest detractors would have to concede that the president is a political communicator of genius, who enjoys a unique rapport with many poorer Venezuelans. Second, he has been fortunate that his rule has coincided with an unprecedented rise in the price of oil, his country’s main export. That has allowed him to shower tens of billions of dollars on social programmes, and to deploy largesse in order to pose as the champion of the downtrodden throughout Latin America. Had it not been for the oil boom, Mr Chávez would surely have long since become a footnote in Venezuelan history.

A convincing challenger

But there are clear signs that Mr Chávez’s appeal is finally fraying (see article). And so it should: by any objective standard, he has squandered his extraordinary oil windfall. His regime is corrupt and incompetent. His hounding of the private sector has made the country ever more dependent on the state oil company, which he has turned into a bloated all-purpose development agency. Venezuela’s infrastructure is decaying. Unchecked violent crime has made it one of Latin America’s most dangerous places.

For its part, the opposition has learned from its travails. It has put aside past squabbles and united behind Mr Capriles. He is sensibly trying to close Venezuela’s partisan divide by promising to maintain and improve most of Mr Chávez’s social programmes, while pledging to crack down on corruption and boost the economy by seeking the foreign investment the president has shunned.

For all these reasons, Mr Capriles deserves to win, and he just might do so. Although most opinion polls give the president a five-to-ten-point lead, many voters say they are undecided. And although the campaign has been unfair, the electronic voting system itself seems tamper-proof.

If Mr Capriles does win, it will be up to the army and the rest of Latin America to ensure that the result is respected. The unpicking of Mr Chávez’s Bolivarian Revolution would make for a difficult transition. Even if Mr Chávez prevails once more, he is unlikely to enjoy the sort of landslide he got in 2006. His health is uncertain and his pre-election spending binge will force him to tighten the purse-strings later this year. Win or lose, Latin America’s most controversial autocrat is a diminished figure.

lunes, septiembre 03, 2012

Wishful Thinking


ALVARO VARGAS LLOSA: Ah, Los Chilenos - Opinión

En los dos últimos años, se puso de moda decir que Chile había pasado de moda. El estallido estudiantil desbordó largamente el ámbito de la educación. Parecía que la izquierda radical había logrado contagiar a la clase media chilena el rechazo al modelo liberal. La impopularidad del Presidente parecía anunciar que el país iniciaría el desandar de todo lo avanzado en dos décadas.

Todo era una falacia. El modelo goza de buena salud y la sociedad respalda el sistema de libertad y responsabilidad individual.

Conversé con el presidente Piñera hace pocos días por espacio de una hora y lo encontré exultante. Las Parcas parecen sonreírle: la economía ruge como león, su popularidad recobra bríos poco a poco aunque sabe que nunca será un hombre muy querido, las iniciativas educativas han logrado separar la paja radical del trigo mesocrático aislando parcialmente a comunistas y anarquistas, y los índices de desigualdad disminuyen gracias a la creación de 700 mil puestos de trabajo en los dos últimos años mientras que el sector más vulnerable recibe ayudas solidarias insólitas en la centro derecha “desalmada”.

Quizá más significativa aún es la macro encuesta del Centro de Estudios Públicos sobre asuntos que incluyen las actitudes de los chilenos ante la riqueza. Desmiente con rotundidad que los chilenos recusen el modelo liberal. La mitad de los chilenos atribuye la subsistencia de una franja de pobreza a la falta de educación, un 37 por ciento a la “flojera y la falta de iniciativa”, y un 28 por ciento a vicios como el alcoholismo. Sólo el 28 por ciento la atribuye a razones que sugieren problemas propios del “modelo”. La mitad de los chilenos acepta que haya desigualdad si los hogares mejoran su nivel mientras que un 73 por ciento cree, en distintos grados, que debe premiarse el “esfuerzo individual” aunque genere una diferencia en los ingresos y 77 por ciento piensa, también en distintos grados, que la principal responsabilidad del sustento económico debe recaer “en las personas mismas”, “no en el Estado”.Estas actitudes no son ya de tercer mundo, sino de primero. ¡Qué digo de primer mundo! Hay países europeos donde no habría en una encuesta semejante resultados tan claros a favor del sistema liberal.

No es cierto, pues, que Piñera, un hombre intenso y que no tiene una simpatía desbordante a la manera de otros políticos, haya volcado a su país, por rechazo a él, hacia el socialismo radical.

Me dijo que mantiene la fe en que hacia el final de su mandato habrá acabado con la extrema pobreza –que ha caído bajo su gobierno de 3.7 a 2.8 por ciento–, reduciéndola a menos del 1 por ciento. “Si mantenemos el crecimiento anual de 6 por ciento”, me asegura refiriéndose al ritmo de aceleración económica de los dos últimos años, “hacia el final de esta década tendremos un per cápita de 24,000 dólares. Si Europa siguiera como hoy, nos pondríamos por encima de Grecia y Portugal.

Mientras que Brasil se desacelera y Argentina sufre una crisis, Chile y Perú son los que más crecen”.

Cuando Piñera tomó las riendas, Chile venía de sufrir un terremoto que devastó la tercera parte de los hospitales y escuelas, y mucho más. El 80 por ciento de lo dañado está reconstruido. El país soportaba un desempleo de casi dos dígitos, la pobreza había crecido dos puntos porcentuales y el país exhibía cansancio a pesar de la inmensa popularidad de Michelle Bachelet (que se mantiene incólume porque, como dice Piñera, ha sabido mantenerse “apartada” de la lucha política en estos años). Hoy, la pobreza cae nuevamente a 14.4 por ciento y eso que en Chile no se mide a partir de una valla más alta que la del Banco Mundial.

La cereza irónica de la torta chilena es que, acicateado por la protesta, el gobierno ha hecho cosas poco derechistas en temas sociales, como aumentar el presupuesto educativo en 40 por ciento (si incluimos el año que viene) y ampliar las ayudas, incluyendo la cuadruplicación de becas para la educación superior y la garantía de créditos a sólo 2 por ciento de interés a todos los estudiantes de universidades e institutos con excepción del 10 por ciento más rico. Para colmo ha adoptado una versión chilena del programa de ayudas condicionadas que da vueltas por toda la América Latina de izquierda y otorgado un bono alimenticio para paliar el aumento del precio de los alimentos, algo que pocos gobiernos socialistas han llevado a cabo a estas alturas.

Chile está de regreso. Mejor dicho, no se había ido. ¿Bastará esto para que el oficialismo gane las elecciones en 2013? Es improbable a estas alturas, pero es igualmente improbable que quien las gane se atreva a revertir un “modelo” que, aunque tiene varias reformas pendientes, goza de salud. Qué aburrido, perínclita Camila Vallejo, ¿no?

Escritor y ensayista peruano.

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